Antonio Bernardo Espinosa Ramírez
Noche cerrada. Aún quedan dos horas para que amanezca, pero no he podido dormir. Me levanto, preparo un café y me siento ante el teclado; la pesadilla nocturna me ha empujado a dejar la cama, el insoportable duermevela ha dejado mi cabeza llena de imágenes y pensamientos que me indignan, me sublevan. Debo escribir, debo contarlo y no permanecer callado: el veneno debe salir del cuerpo.
Pasan ya tres días del pasado sábado en el que todo cambió. Estaba en la preciosa ciudad de Córdoba, la noche anterior había impartido una charla sobre la memoria y el antisemitismo, y el trasnoche en compañía de la familia y amigos había sido largo. Apenas ha amanecido y el teléfono no para de sonar; es sábado y dudo en leer los mensajes, pero la insistencia hace que lo haga: ahí empezará el horror.
Israel.
Desde Israel los amigos nos informan que suenen las sirenas, pero que es distinto esta vez. Uno de ellos vive en un kibutz junto a la franja de Gaza, nos dice que los terroristas están pasando y que no cree que haya tropas suficientes para detenerlos en ese momento. Al rato se corta toda conversación con él, no responde a los mensajes. Desde entonces todos conocemos lo que pasa, aunque sea de manera superficial, por las imágenes que llegan por los medios y las redes sociales.
Desde ese momento es un no parar: llamadas a los amigos de Israel para saber cómo están, conversaciones en las que uno no sabe bien qué decir porque sólo anhela saber que aquellos a los que aprecia se encuentran bien, que pretendes transmitirle una palabras de ánimo, que sepan que no están solos, y lo primero que te sorprende es la entereza que encuentras al otro lado del teléfono. Los hay de todo: jóvenes que saben que tendrán que partir a luchar, madres a las que han llamado a sus hijos, hombres mayores que hicieron
jóvenes que saben que tendrán que partir a luchar, madres a las que han llamado a sus hijos, hombres mayores que hicieron todas las guerras y ya no tienen fuerzas para ir al refugio cuando suenan las sirenas
todas las guerras y ya no tienen fuerzas para ir al refugio cuando suenan las sirenas, pero en todas las conversaciones notas algo especial que te viene a decir: todo ha cambiado.
Ayer noche tuve una buena noticia: me llegó una fotografía del amigo del kibutz junto a Gaza: lo habían herido e intentado secuestrar junto a su mujer, pero escapó y hoy intentan recuperarse de sus heridas en el hospital; otros vecinos no corrieron la misma suerte. Todos eran civiles, la gran mayoría formaban parte de un grupo humano de la izquierda israelí que solía reunirse con sus vecinos gazatíes para hablar, convivir, luchar por un futuro digno.
Las imágenes que hemos visto no responden a una guerra convencional, es un ataque deliberado y planificado para asesinar, saquear y secuestrar a población civil, algo que hace años que no se recuerda. Las hordas islamistas recorrían las casas buscando presas, matando y violando para regresar entre gritos mostrando sus trofeos.
Ante eso ¿qué hemos escuchado? Por una parte la indignación protocolaria de un sector del gobierno, ese que habla de “las víctimas”, sin definir, como si fuese la captura de las focas en Terranova; por otra aquellos que desde la extrema izquierda (la izquierda a la izquierda del PSOE, para ser políticamente correcto) vomitan su odio desde las sentinas de su cerebro esparciendo su hedor antisemita a través de declaraciones y actos públicos.
Anoche me llegó un vídeo grabado en Madrid. Desde el gobierno regional habían iluminado el edificio de la antigua sede de correos con los colores de la bandera de Israel en un acto de solidaridad que hay que valorar (y más en mi caso que estoy alejado de su pensamiento político), a la par se convoca una manifestación de grupos de “apoyo a Gaza”. Es de ese grupo de los que me llega el vídeo. Entrevistan a los participantes y les interrogan sobre lo que ha pasado, de cómo ven que se haya secuestrado, violado y asesinado; la respuesta es unánime: o lo ven bien y lo apoyan o responden que las imágenes son falsas. Las respuestas eran dichas con agresividad, como un escupitajo. No he parado de
No he parado de pensar en esta gente, en estos miserables que se reúnen en muchos casos bajo la bandera de derechos humanos y representan al antisemitismo más despreciable, ese que hoy niega serlo y es propiciado por una izquierda cobarde, totalitaria, miserable
pensar en esta gente, en estos miserables que se reúnen en muchos casos bajo la bandera de derechos humanos y representan al antisemitismo más despreciable, ese que hoy niega serlo y es propiciado por una izquierda cobarde, totalitaria, miserable.
Tengo ganas de gritarles, a ellos y a sus líderes políticos y decirles que me repugnan, que me dan asco, que su sola presencia propicia que los estómagos se agiten y provoquen el vómito. Dejo de escribir. Algún día desapareceréis.
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