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RESTAURACIÓN TERRITORIAL

NO ES ROMANTICISMO EL QUERER CONFORMAR Y MATERIALIZAR UNA VÍA TERRITORIAL MÁS APROPIADA A NUESTRA HISTORIA Y A NUESTRO PRESENTE, ES SIMPLEMENTE JUSTICIA Y RESTAURACIÓN MORAL Y TERRITORIAL, DEBIDA Y OBLIGADA.

PILAR BENSUSAN

Catedrático de Derecho Administrativo

El sentir popular granadino clama por cambiar nuestro funesto presente por un futuro más prometedor y comprometido con las demandas que nuestra postergada tierra pide. Tras el nefasto y cuarentón experimento en la comunidad andaluza, debemos convertir esta negativa experiencia en pasajera pesadilla y buscar vías alternativas de solución para nuestra región.

La constitución de una nueva autonomía, con presupuestos propios, orientada exclusivamente al progreso y beneficio de Granada —hablemos ya del territorio de su Reino como lo hacen Navarra, especialmente, o Asturias y Murcia—, y con la asunción de la gestión directa de nuestros intereses —incluida la riqueza patrimonial que generan nuestros símbolos más emblemáticos, la Alhambra y Sierra Nevada, ahora colonizados por la autonomía andaluza—, comportaría un cambio radical para el futuro político, territorial y económico de nuestra tierra y sus gentes.

habría que definir el actual sentimiento que ha arraigado con fuerza en nuestras gentes como de debida restauración territorial y emocional”.

Esta solución, más que conformar una ideología tradicionalmente denominada regionalista, significa una recuperación de la identidad que ha pertenecido a este territorio desde hace muchos siglos. Mas que hallarnos pues ante un resurgimiento del regionalismo, “habría que definir el actual sentimiento que ha arraigado con fuerza en nuestras gentes como de debida restauración territorial y emocional”.

Lamentablemente el concepto de regionalismo —factible en el sistema territorial anterior pero no en éste—, es denostado sistemáticamente por los herederos del régimen andaluz de 1980, hasta el extremo de asimilarlo peyorativamente al cantonalismo, al independentismo o al federalismo radical, conceptos todos ellos por mí abominados —y por todos aquellos que como yo estamos en igual planteamiento—, que defiendo la consecución de una autonomía dentro de los estrictos términos previstos en nuestra Constitución, por vía de sus artículos 143 y 144.

En el marco de la actual división territorial y administrativa de España, el concepto clásico de regionalismo está obsoleto, porque en puridad, conceptualmente, no se trata de convertir a Granada, Málaga, Almería y/o Jaén en una simple y limitada región, sino de restaurar el poder político y administrativo ostentado como Reino hasta 1833, con los límites territoriales que lógicamente hayan de establecerse en torno a su

concepto actualmente, pero con las atribuciones competenciales de amplio espectro que proporciona la Constitución a las comunidades autónomas; y la única vía para ello es su organización como una más, como le correspondió siempre, como lo pretende también León, una organización administrativa autónoma artificial e imperfecta, pero que es la que únicamente nos brinda el texto constitucional.

En pleno siglo XXI los resultados para Granada del desastroso y falaz ensayo andaluz, nos empujan hacia otra solución político-administrativa, que más que emparentar con un regionalismo romántico, lo hace con una restauración territorial conforme al actual Estado autonómico, como no puede ser de otro modo.

No es romanticismo el querer conformar y materializar una vía territorial más apropiada a nuestra historia y a nuestro presente, es simplemente justicia y restauración moral y territorial, debida y obligada.

«No se trata de convertir a Granada (Málaga, Almería y/o Jaén), en una simple y limitada región, sino de restaurar el poder político y administrativo»

Y es que, recuperando la centralidad y el poder que se nos sustrajo desde en 1980, se saldaría una deuda con Granada que ya sí que es histórica, mucho más que la normativamente se plasmó como deuda con Andalucía…

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