AQUELARRE

LAS VANAS PRETENSIONES CAEN AL SUELO COMO LAS FLORES. LO FALSO NO DURA MUCHO, COMO SENTENCIARA CICERÓN.

CÉSAR GIRÓN

Letrado.

Cuando escribo este artículo siguen los grandes fastos del Día de Andalucía, en Sevilla, como no puede ser de otra forma en tan cutre nacionalismo. Como todos los años hasta llegar a este aquelarre blanquiverde en el que se canta un himno, cuya letra no aguanta ni el más mínimo análisis histórico, por el cantante de turno —cuanto más hortera suene mejor—, hemos tenido que soportar un mes entero de publicidad engañosa, estupideces históricas y otras mamarrachadas sobre el falso origen legendario de Andalucía.

El 28-F fue lo que fue. Y el proceso de conformación forzada de la iniciativa autonómica incumplida, solo fue posible continuarlo con la promulgación de dos leyes orgánicas nacidas por los manejos partidistas promovidos por Alfonso Guerra. Tanto La Ley Orgánica 12/1980, de 16 de diciembre, como la Ley Orgánica 13/1980, de igual fecha, son sin duda, junto a la Ley del “solo sí es sí”, las normas más vergonzosas que se hayan dado jamás en nuestro Estado de derecho.

Fue tanta la manipulación del asunto de la fallida iniciativa autonómica, que sus protagonistas lo denunciaron posteriormente, eso sí, años después de haber sucedido; transcurridos varios lustros, cuando la comunidad andaluza ya era una realidad nacida para servicio de las élites del poder centralizador sevillano.

El engendro, como el moderno Prometeo del doctor Frankenstein, no fue un logro del PSOE, ahora que tanto se irritan y sacan pecho, molestísimos porque el actual gobierno andaluz del PP, con el apoyo del inefable Alejandro Rojas Marcos, trata de rentabilizar el nacimiento y vida del monstruo. Porque solo así puede calificarse esta autonomía que solo ha servido para cambiar un centralismo por otro y para beneficiar a la autoproclamada capital de Andalucía a costa del resto de los deudos autonómicos.

Dijo Chesterton que «cuando las personas dejan de creer en Dios, pueden creer en cualquier cosa”. Y ello es la clave en este asunto en el que Granada, como fácilmente se puede analizar, a lo largo de los 43 años que dictan ya desde aquella auténtica fiesta de brujos que fue la jornada del 28-F, ha aumentado su distancia negativa con el resto de las provincias de la autonomía que le son de referencia, Sevilla principalmente, y Málaga de modo más especial. Somos muchos los que nunca creímos en el ídolo autonómico, pero cada vez son menos los que creen en el dios blanquiverde y comienzan a creer en otras cosas no inventadas. Recobran la razón y demandan recuperar lo que le es propio, su particular historia, las cosas que los unen y no las que los separan, como han podido constatar tras pasar por el proceso de inmersión en una identidad y una cultura disfrazadas.

Somos muchos los que nunca creímos en el ídolo autonómico, pero cada vez son menos los que creen en el dios blanquiverde y comienzan a creer en otras cosas no inventadas.

Que Granada, como decía Joaquín Bosque Maurel allá por los años 60, “es una capital de una importancia notable en el panorama nacional, que no se corresponde ni con su nivel económico, ni demográfico, pero que responde a su singularidad histórica ancestral que le es negada y disputada por Málaga y Sevilla”, es una cuestión innegable, pero que se ha acentuado mucho más con la autonomía. Anteriormente la proximidad solo generaba rivalidades, lógicas entre territorios próximos o contiguos, como en cualquier otro lugar del mundo. Lo que ahora sucede es bien distinto, es la negación, la más grosera eliminación de un “no contrincante”, al que se le ha convertido en ello, solo para que haciéndolo desaparecer, alcanzar cuotas económicas y de poder político anteriormente inimaginables.

El pasado día 28-F el presidenfe habló de una Andalucía falaz. El territorio de la comunidad nacida en 1981 arrastra problemas estructurales que silenció interesadamente. Uno de ellos es el del abandono de Granada y del Oriente.

Todas estas reflexiones, y muchas más, genera el aquelarre andalucista que se desborda desde esa auténtica Cueva de Zugarramurdi en que se convierte el Teatro de la Maestranza el último día de febrero y con el que cada año se conmemora el pucherazo andaluz, que no fue precisamente una receta gastronómica, como acabamos de explicar. Porque en esta Andalucía forzosa todo es forzado. Una entidad política con pretensiones de Estado, en la que un día nos presentaron a un padre que no conocíamos, como en otro nos impusieron una bandera que solo nos recordaba el estadio de Heliópolis. Y con todo esto que se nos propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo, con esta auténtica quimera, es frente a la cual debe brotar la semilla de la verdad. Esa que sembramos con nuestra libertad y que más pronto que tarde eclosionará por mucho que porfíen en festejos identitarios artificiales. Porque, las vanas pretensiones caen al suelo como las flores. Lo falso no dura mucho, como sentenciara Cicerón.

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César Girón

César Girón es granadino, nacido y criado en el Paseo de los Tristes, a los pies de la Alhambra. Se licenció en Derecho en la Universidad de Granada, donde tiene previsto doctorarse en breve con la tesis Aspectos administrativos de una nueva organización territorial del estado de las autonomías.

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