EPÍGONO DE UNA GENERACIÓN
GENIO DEL ARTE GRANADINO, MUCHAS VECES INCOMPRENDIDO, PLASMÓ LA ESENCIA DE LA ALHAMBRA Y EL ALBAICÍN CON SU INIGUALABLE ESTILO. SUS «ALHAMBRERÍAS» REINVENTARON LA TRADICIÓN, CONECTANDO PASADO Y VANGUARDIA. CON SU MUERTE, GRANADA PIERDE A UN MAESTRO CUYA OBRA ETERNIZA SU ESPÍRITU Y EMBELLECE PARA SIEMPRE EL ALMA DE LA CIUDAD.
CÉSAR GIRÓN
De Granada Histórica
Granada, tierra de historia y arte, ha sido cuna de numerosas personalidades que han dejado una huella indeleble en el panorama cultural. Entre ellas, Miguel Rodríguez-Acosta Carlström, que destaca como un pintor, grabador e ilustrador singular, sólido por sus concepciones, heredero y continuador de una rica tradición familiar en la que no faltaron otros destacados artistas. Siguiendo la estela de su tío, el ilustre José María Rodríguez-Acosta, Miguel logró forjar una trayectoria creativa que, al tiempo que respetaba sus raíces, exploraba nuevos horizontes dentro de las vanguardias artísticas de mediados del siglo XX.
Nacido en el corazón de Granada, Miguel Rodríguez-Acosta encontró en su ciudad natal una fuente inagotable de inspiración. La Alhambra, con su exquisita arquitectura nazarí o el Albaicín, con su laberíntico trazado y esencia morisca, fueron los temas recurrentes en su obra. Su fascinación por estos enclaves no era una mera reproducción pictórica; Miguel lograba capturar en sus lienzos el alma misma de Granada, convirtiéndola en un puente entre la tradición y la modernidad. No en vano su vida, como ahora su halo, ha estado vinculada a su ciudad y barrio de residencia.
Las «alhambrerías», como el propio artista gustaba de llamar a sus obras inspiradas en el monumento nazarí, se convirtieron en su sello distintivo. Estas piezas trascendieron el mero paisaje corpóreo ofreciendo interpretaciones únicas y profundamente personales del monumento y sus aspectos. A través de una técnica depurada y un cromatismo que oscilaba entre lo real y lo onírico, Miguel Rodríguez-Acosta dotó de nueva vida a un tema clásico y recurrente, convirtiéndolo en una exploración artística contemporánea.
En el contexto de las décadas de 1950 a 1980, Granada vivió un momento de esplendor creativo, con una generación de artistas que supieron dialogar con las corrientes de vanguardia sin perder su identidad local. Miguel Rodríguez-Acosta fue, sin duda, una figura central de este movimiento. Un revolucionario de las formas y un batallador por la especificidad de la pintura y el grabado. Su obra, aún profundamente arraigada en los paisajes y temáticas granadinas, se abrió a experimentaciones formales y conceptuales que lo conectaron con las tendencias internacionales del arte.
La muerte de Miguel Rodríguez-Acosta, un maestro que algunos quisieron desconocer, marca el fin de una era. Con él se va el último representante de las “alhambrerías”, un artista cuya vocación y creatividad han dejado una impronta imborrable en el panorama artístico granadino. Su legado no solo reside en sus obras, sino también en su capacidad para reinterpretar la tradición desde una mirada fresca y personal. Y personalmente, un entrañable granadino, agradable y educado en sus formas, como en sus concepciones.
Granada pierde a un maestro, pero sus paisajes e interpretaciones de lo localmente indeleble, eternizados en lienzos y soportes de óleos, acrílicos y tintas de Miguel Rodríguez-Acosta, seguirán hablando de él. La Alhambra y el Albaicín, testigos de su genio, continúan siendo reflejos de su don. Su nombre queda inscrito en la historia de una ciudad que siempre fue y seguirá siendo un poco más suya gracias a su obra, que en mérito debe reconocer y que en débito no debe olvidar que fue él quien mantuvo viva la Fundación Rodríguez-Acosta.