LA IDENTIDAD DE GRANADA 42 AÑOS DESPUÉS

42 AÑOS DESPUÉS DE ANDALUCÍA, HABLEMOS DE NUESTRA IDENTIDAD. NO CEJEMOS EN NUESTRO EMPEÑO DE HACER QUE GRANADA COMO IDENTIDAD TERRITORIAL HISTÓRICA SE RECONOZCA Y SEA RECONOCIDA.

CÉSAR GIRÓN
De JxG

En una reciente intervención en TG7, la televisión local, el alcalde de Granada, Paco Cuenca, interpelado por su parecer sobre la propuesta de una plataforma ciudadana de constituir la Gran Granada, mostró su oposición. La iniciativa porfía por la creación de un único municipio metropolitano, resultado de la agregación entre sí de los 44 que en total se reparten por la vega y que son contiguos a la capital. Esta unión generaría la que sería la séptima ciudad más grande de nuestro país, con casi seiscientos mil habitantes, lo que traería importantes ventajas para la ciudadanía en cuestiones diversas como las comunicaciones o la presión fiscal —ni JxG, donde ya se a abordó la cuestión hace tiempo, ni yo particularmente, que suscribo este artículo, no estamos en desacuerdo con la idea de la Gran Granada, que consideramos muy interesante para nuestro futuro y sobre la que exigimos que se estudie con rigor y premura para que se pueda adoptar una decisión al respecto—. Pero, vayamos con el asunto de la identidad como argumento, que ahora queremos analizar.

Argumento identitario

Paco Cuenca expresó como único argumento para decir que la proposición era inviable, que una iniciativa como ésta supondría atentar contra la identidad de cada uno de los municipios a agregar y la pérdida de su particular significado e historia: “[sic] porque se estaría rompiendo la identidad, la autonomía y la diferencia también de cada uno de los municipios del área metropolitana”, y añadió, en un exceso de particularismo, que, “quien vive en el Zaidín tiene una forma de ser, de entender, y tiene una identidad y una historia, que poco tiene que ver con las Gabias, con Maracena o con Atarfe.

declaran sustituida en esta provincia la iniciativa autonómica con objeto de que se incorpore al proceso autonómico de las otras provincias andaluzas

Quién vive en la zona Norte poco tiene que ver con quien vive en Gójar, Otura o Albolote. Lo que yo estoy planteando es que, respetando la identidad y la autonomía, y evidentemente todas sus competencias, las de los Ayuntamientos, generar un ente de acuerdo con carácter metropolitano…, pero no constituir una Gran Granada que nos hará perder nuestra identidad y que no servirá para nada”, dijo posteriormente en su dilatada intervención.

Este severo argumento, poco riguroso entre entidades territoriales tan próximas y una historia común, como la tienen entre sí los barrios de Granada los unos con los otros, sí que es perfectamente válido para enervar cualquier razón que quiera darse sobre la fusión obligada y a traición, que supuso incluir Granada en la autonomía andaluza, para constituir la Gran Andalucía en la que nos metieron hace 42 años.

Dos normas

Este engendro andaluz se materializó contra la razón histórica y el ordenamiento jurídico a través de un pucherazo constitucional que se llevó a cabo de modo intolerable, a través de las Leyes Orgánicas 12/1980 y 13/1980, ambas de 16 de diciembre. En especial, la segunda, que es la ley más breve de nuestro ordenamiento jurídico, fue una norma transgresora, que supuso la modificación de nuestra carta magna por un procedimiento no contemplado y alegal, demostrativo que para algunas fuerzas políticas todo vale para el logro de sus fines. Ambas normas enmendaron el resultado del referéndum del 28-F y suplieron lo que la soberanía popular había expresado. La Ley Orgánica 13/80 dispuso sorprendentemente en su artículo único que:

“Habiéndose producido la solicitud de los Diputados y Senadores de la provincia de Almería, a la que alude la Ley Orgánica sobre la regulación de las distintas modalidades de referéndum, las Cortes Generales, por los motivos de interés nacional a los que se refiere el título VIII de la Constitución, declaran sustituida en esta provincia la iniciativa autonómica con objeto de que se incorpore al proceso autonómico de las otras provincias andaluzas por el procedimiento del artículo ciento cincuenta y uno de la Constitución”.

Con esta redacción mentirosa, irrespetuosa con las normas democráticas y con los principios de legalidad y seguridad jurídica, se consumó la eliminación de cualquier iniciativa autonómica para Andalucía Oriental, al sumarlo forzadamente a un proceso autonómico arbitrado para la Andalucía que apoyaba el partido socialista —y alguna más de las fuerzas de izquierda—, que vio en el fiasco del 28-F un modo de doblegar en su carrera hacia la Moncloa, al entonces gobierno de la UCD, en el que destacados representantes reclamaban el acceso a la autonomía de Granada y su histórico territorio.

Este engendro andaluz se materializó contra la razón histórica y el ordenamiento jurídico a través de un pucherazo constitucional

De este modo, impresentable desde cualquier punto de vista que se lo juzgue, jurídico o político, se incluyó a Granada por el solo deseo de las fuerzas políticas sevillanas, en la nueva “Gran Andalucía”, suma forzada de ocho provincias, la mayoría de las cuales, nada tiene que ver entre sí histórica y culturalmente. Una inclusión forzada y que, de manera intencionada y medida, tanto daño ha hecho a nuestra identidad y a nuestro significado histórico, ese mismo al que ahora se acoge Paco Cuenca para ir contra la Gran Granada.

Principio histórico

El argumento identitario basado en una historia y una cultura propias, diferenciada de la de Andalucía, lo he mantenido siempre, salvo que fuese para excluir o segregar al diferente, como presupuesto ineludible para constituir una comunidad autónoma. Es el “principio histórico” que acoge precisamente la razón igualitaria territorial en la iniciativa autonómica. Se recoge expresamente en el art. 143 de la Constitución, que dispone como “en el ejercicio del derecho a la autonomía reconocido en el artículo 2 de la Constitución, las provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes, los territorios insulares y las provincias con entidad regional histórica podrán acceder a su autogobierno y constituirse en Comunidades Autónomas con arreglo a lo previsto en este Título y en los respectivos Estatutos”.

Nuevo estatuto

Fue precisamente el último predicado de este precepto constitucional el que un grupo de juristas y personalidades invocamos en 2006, con no poco enfado interno del entonces todopoderoso PSOE-A, para que en el proyecto de nuevo estatuto andaluz se recogiera la posibilidad de que las provincias con identidad histórica diferenciada existentes en la Gran Andalucía actual generada en 1981 del modo narrado, pudieran iniciar el procedimiento de constitución en comunidad autónoma, sobre la base de la regulación de una norma integrante del bloque de la constitucionalidad, como habría de ser —y es—, el estatuto andaluz que se aprobaría como Ley Orgánica 2/2007, de 19 de marzo.


De poco sirvió la propuesta, legítima y considerada, efectuada más que para hacer que el partido socialista y sus dirigentes regionales dieran acogida a algo subyacente en la nueva Andalucía, como es la identidad histórica de Granada, que no fuera para señalar y perseguir a los osados autonomistas granadinos que la hicimos. Y, también, para hacer fracasar a la postre, la celebración, con la fastuosidad que se merecía, del que fue proyecto de conmemoración del I Milenio de Granada, en 2013. Iniciativa que significados dirigentes socialistas como Gaspar Zarrías, porfiaron para que fracasara, no fuera a ser, como él mismo me diría: “que empezáramos a hablar de las dos andalucías”.


Presenté reiteradamente documentos históricos, propuestas, mociones, para congresos, e incluso informes y memorandos en que se recapitulan hechos y razones para que se tuvieran presentes en un asunto tan clave y crucial como el de reconocimiento de la identidad diferenciada granadina, frente a lo andaluz occidental y a lo tanto inventado y manipulado desde 1979 con la constitución del primer ente preautonómico.

Nerviosismo

Aquella propuesta de 2006 que efectué desde las filas del partido socialista, por la que de un modo u otro llevaba porfiando desde los años ochenta, siendo ya un joven licenciado en Derecho, pronto se trató de acallar en el seno de una organización política en la que se puede hablar de todo cuanto se quiera, incluidos todo tipo de disparates, pero no de la revisión de la incardinación de Granada en Andalucía.

Sí que recuerdo que en alguno de aquellos informes fundados que elaboré para que por medio de los parlamentarios granadinos se llevaran a aquellas intervenciones preparatorias de la reforma del estatuto que se realizaron en Parlamento andaluz —un trabajo que conservo en mi archivo y en el que exponía como entendía que debía tenerse en cuenta la naturaleza histórica diferenciada granadina de cara a la inclusión en la redacción del nuevo estatuto de una norma que contemplara la posible creación de la comunidad autónoma de Granada, o de Andalucía Oriental, e incluso la posibilidad de una autonomía dentro de la actual autonomía, siempre respetando el ordenamiento jurídico, y que diese cabida al sentimiento histórico e identitario de los granadinos—, generó una airada llamada al orden, del entonces secretario de organización provincial, Antonio Martínez Caler —uno de aquellos prebostes del andalucismo sobrevenido, ocasional e interesado—, mandatado por el Secretario General Francisco Álvarez de la Chica.

Al respecto tuve con él un encuentro realmente kafkiano, que fue más una especie de cruce de greguerías y un diálogo para besugos, del que sólo saqué la conclusión de que hablábamos dos idiomas diferentes, con iguales palabras, pero sí que percibí más que en ninguna otra ocasión, lo nerviosos que se ponían los detentadores del poder político en Andalucía frente al discurso en favor de la aspiración territorial de Granada. Ni qué decir que estos jeques del andalucismo no lograron que dejase de hablar en favor de los derechos históricos y territoriales de Granada.

Sufrimiento

Algún artículo y alguna intervención mía más en los medios de comunicación defendiendo esta postura llegó aún más alto. No era la primera vez. Recibí la llamada a la moderación en mi discurso autonomista granadino de la persona del entonces Jefe del Gabinete Jurídico de la Junta de Andalucía, que me hizo comparecer en su despacho como en otras ocasiones, pero en aquélla, siempre con la elegancia y mesura propia de él, de su personalidad honesta y de su altura intelectual, recuerdo que, tras darme el mensaje inducido desde arriba de que abandonase mis posiciones, una de sus afirmaciones sobre lo que me depararía mi petición de perseverar en ella [sic.]:

La apelación identitaria que el alcalde de Granada ha empleado para oponerse a la Gran Granada, es la misma que en tantas ocasiones se ha hecho para oponernos a la Gran Andalucía

“con esa postura que te honra, pero que creo que es errónea, porque la realidad actual de Andalucía es la que es, vas a sufrir mucho”. Y no se equivocó… “Estoy acostumbrado a sufrir”. Respondí”.

Fuera de lo anecdótico de la situación que describo, que ahora me causa más satisfacción que dolor, la apelación identitaria que Paco Cuenca, el alcalde de Granada, ha empleado para oponerse a la Gran Granada, me ha llevado a recordar la argumentación que en tantas ocasiones he hecho para oponerme a la Gran Andalucía, para pedir respeto y razón, en favor de la existencia y realidad histórica de nuestra tierra, de Granada.

42 años de ataques identitarios

Después de constituirse esta Andalucía, Granada ha sufrido todo tipo de ataques formales y materiales, que han tratado de desposeerla de todo cuanto atesoraba por cuestiones históricas, así como de privarla de todos los signos propios de identificación, para impedir que se le reconozca, y lo que es peor, que pueda esgrimir de una identidad diferenciada —como al pueblo que se le persigue por mantener sus costumbres o por hablar su lengua—.

Así, desde 1980 hasta la actualidad toda señal de cultura genuinamente granadina ha tratado de ser acallada y eliminada, para ser sustituida por elementos culturalmente extraños y desconocidos, como el Rocío, los carnavales a lo gaditano, las ferias al modo de la Feria de Abril hispalense, la Semana Santa a lo sevillano y otros elementos culturales similares que se han enarbolado como propiamente constitutivos de una falsa identidad andaluza. Y no digamos ya de la imposición de los símbolos institucionales que nos han impuesto, como bandera, himno, escudo y padre de la patria, que eran desconocidos para todos los andaluces, no solo para los granadinos, hasta que surgieron en el proceso de aculturación andaluz.

Imposiciones

Pero ha sido más. Se ha llegado incluso a tratar de forzar un habla andaluza única, con el acento de la zona de la subbética. Se han creado libros de estilo de habla andaluza aceptada; se ha tratado de amalgamar las costumbres populares de cada lugar en una especie de manifestación cultural andaluza derivada, en la que puedan identificarse tanto los onubenses como los almerienses, con resultados realmente ridículos. Y lo que es peor, se nos ha sometido a los granadinos a un proceso de aculturación inaceptable, en el que se nos ha tratado de imponer como únicamente válido, lo propio del occidente de la Gran Andalucía diseñada forzadamente en 1980-81.


Podría seguir con una larga exposición de datos y elementos falsarios de la Andalucía que padecemos. Sin embargo, no lo creo necesario, porque si bien como todo proceso de aculturación impuesto, sus resultados reales son siempre de menor importancia que los pretendidos, por el poder político. Ahora bien, lo más lamentable es comprobar que además de los socialistas, bajo cuyos mandatos se ha llegado a la situación actual de postergación de Granada, actualmente los dirigentes populares porfían con la misma falta de delicadeza, en imponer groseramente una inexistente identidad andaluza.

Nuestra identidad

Insisto, no voy a continuar, porque tiempo habrá. Pero frente a la imposición andalucista de una falsa cultura identitaria, cada vez son más las voces que en Granada se erigen para denunciar lo sucedido y decir basta al proceso de eliminación de todo lo granadino. 42 años después de Andalucía, hablemos de nuestra identidad. No cejemos en nuestro empeño de hacer que Granada como identidad territorial histórica se reconozca y sea reconocida.

La oposición a esta falsa “gran” Andalucía que se inventó intencionadamente, sin base alguna, debe venir desde la afirmación de nuestra identidad cultural e histórica, del mismo modo que lo hace el alcalde para oponerse a la Gran Granada, aunque, eso sí, nosotros dotados de razón y de fundamento.

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César Girón

César Girón es granadino, nacido y criado en el Paseo de los Tristes, a los pies de la Alhambra. Se licenció en Derecho en la Universidad de Granada, donde tiene previsto doctorarse en breve con la tesis Aspectos administrativos de una nueva organización territorial del estado de las autonomías.

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