LA BÚSQUEDA DE “EL DORADO” HA GENERADO UNA DE LAS LEYENDAS MÁS INTERESANTES Y MUNDIALMENTE CONOCIDAS, RELATIVA A LA EXISTENCIA DE UN LUGAR DE ORO, DE AHÍ SU NOMBRE, CAPAZ DE MOVILIZAR A LO LARGO DE LA HISTORIA A IMPORTANTES PERSONAJES DEL DESCUBRIMIENTO Y LA EPOPEYA AMERICANA.
CÉSAR GIRÓN
De GH
El Dorado es una ciudad legendaria, hecha de oro, ubicada en el territorio del antiguo Virreinato de Nueva Granada, en una zona donde se creía que existían abundantes minas de oro. Físicamente hay acuerdo para localizar su existencia y nombradía como espacio de atracción histórica, aunque no de existencia real como ciudad.
La leyenda tuvo su origen en el siglo XVI, cuando los conquistadores españoles tuvieron noticias de una ceremonia anual que se realizaba al norte del territorio del nuevo reino, en el altiplano cundiboyacense. En ella, un cacique local, un reyezuelo, decían que se cubría el cuerpo con polvo de oro y realizaba ofrendas en una laguna sagrada, en la llamada ceremonia del indio dorado.
Hoy en día se sabe que este pueblo era el muisca y el sitio donde se realizaba la ceremonia habría sido la laguna de Guatavita. Las noticias sobre las riquezas del pueblo muisca atrajeron hasta la sabana de Bogotá a expediciones originadas en Quito (Ecuador), en Santa Marta (Colombia), y Coro (Venezuela).
Los nombres de El Dorado
La supuesta existencia de un reino dorado motivó numerosas expediciones y se mantuvo vigente hasta el siglo XIX, como pone de manifiesto Jesús María Porro, aunque su localización geográfica se fue trasladando desde Colombia hacia las Guayanas, a medida que avanzaba el proceso de conquista y colonización del territorio sudamericano.
Son muchos los nombres célebres que persiguieron El Dorado. No sólo porfió Jiménez de Quesada.
Son muchos los nombres célebres que persiguieron El Dorado. No sólo porfió Jiménez de Quesada.
La supuesta existencia de un reino dorado motivó numerosas expediciones y se mantuvo vigente hasta el siglo XIX, como pone de manifiesto Jesús María Porro, aunque su localización geográfica se fue trasladando desde Colombia hacia las Guayanas, a medida que avanzaba el proceso de conquista y colonización del territorio sudamericano.
Son muchos los nombres célebres que persiguieron El Dorado. No sólo porfió Jiménez de Quesada. Poco antes, con ocasión de la conquista de Quito lo persiguió Sebastián de Belalcázar. Después que éste y que el conquistador granadino, lo buscaron Alonso de Alvarado, Francisco de Orellana, Hernán Pérez de Quesada, Felipe Von Hutten, Pedro de Ursúa, Lope de Aguirre, Pedro Malaver de Silva, Diego Hernández de Serpa, Juan Ponce de León II, Antonio de Berrio, Domingo de Vera e Irigoyen, José Cabarte o Manuel Centurión, por citar algunos.
Raleigh el corsario
No faltó tampoco algún inglés osado, súbdito de Isabel I, corsario y pirata, como Sir Walter Raleigh, que en 1595 atacó la costa española por encargo de su soberana —que posteriormente lo mandaría decapitar—, y se internó torpemente en tierras españolas, por la Guayana, que en ese momento se disputaban Gran Bretaña, Francia y Países Bajos. A su regreso a Inglaterra escribió un libro llamado de manera grandilocuente: “El Descubrimiento del vasto, rico y hermoso imperio de las Guayanas con un relato de la poderosa y dorada ciudad de Manoa (que los españoles llaman El Dorado) con el fin de concientizar a los británicos sobre las riquezas que podrían encontrar en esas tierras inexploradas”. En ella habla de un lago interior de agua salada al que compara, nada más y nada menos que con el mar Caspio, sobre el que afirma que durante el verano sus aguas descienden quedando a la vista pepitas de oro de considerable tamaño. El relato, no deja de ser tan falso, como repleto de inexactitudes.
Una leyenda viva
De cualquier modo El Dorado, más allá de la ceremonia en la laguna de Guatavita y el lugar de la tierra de los muiscas, jamás fue hallado, por lo que sigue siendo una leyenda que recurrentemente inspira películas de Hollywood, siendo aún una leyenda viva. Sin embargo, merece dejar sentado que fue el granadino Gonzalo Jiménez de Quesada, el gran perseguidor de su quimérica conquista.