Campaña de “marketing”, cortina de humo, maniobra de distracción, manifestación de nacionalismo… Moreno Bonilla dice hablar “andaluz, no castellano”, y firma junto a Rojas Marcos el protocolo para impulsar el “habla andaluza”.
¿“Andaluz” o hablas «andaluzas”?
Para unos es andaluz, para otros hablas “andaluzas”. Para algunos un “geolecto” o dialecto, una variedad del español hablada en el sur de España, para otros una variante simplemente fonético-fonológica. No se ponen de acuerdo los más destacados estudiosos del fenómeno: M. Alvar lo considera dialecto, J. Mondéjar no, para A. Llorente depende, y para G. Salvador la cuestión de si es o no un dialecto carece de sentido.
Siempre ha habido divergencia de opiniones académicas sobre el andaluz y las hablas “andaluzas”, sobre todo, muchas interferencias políticas de los sectores “andalucistas”, especialmente en los últimos años en que la Junta de Andalucía ha sufragado numerosos estudios y grupos de investigación interesadamente.
Si damos por hecho que en nuestro país existen tantos geolectos como regiones, el andaluz se encuentra entre las variedades “meridionales” (por ‘mediodía’ o sur) y por tanto comparte rasgos con otras variedades como la murciana, manchega o extremeña, frente a las variedades “septentrionales” o del norte. Estos rasgos serían fonético-fonológicos, morfosintácticos y léxico-semánticos propios, si bien de origen castellano. Escribir, se escribe igual, aquí y en América.
Esta comunidad autónoma frankensteiniana llamada Andalucía y creada durante la Transición y en los años posteriores fagocitó la región de Granada, a oriente, procedente del reino cristiano de Granada (1492-1833), heredero del reino nazarí (1238-1492), último estado musulmán de la península ibérica.
La división administrativa entre Andalucía y la región de Granada se mantuvo hasta los años 70, e incluso para algunas cuestiones hasta el día de hoy, pero ha sido colonizada por el centralismo andaluz del Partido Popular, más feroz aún que el socialista, y que ha utilizado la educación, que pagamos todos, para difundir una historia y una bandera que no fueron, a fin de captar, como si de una secta se tratase, a las jóvenes generaciones.
el andaluz se encuentra entre las variedades “meridionales” (por ‘mediodía’ o sur) y por tanto comparte rasgos con otras variedades como la murciana, manchega o extremeña, frente a las variedades “septentrionales” o del norte
Como hemos indicado, para otros, hablaríamos solo de rasgos fonético-fonológicos, que podríamos resumir, para entendernos, en pronunciación, acento y entonación, mientras que el resto de rasgos habrían sufrido menos alteraciones, por el contrario, en el sur se habrían mantenido rasgos arcaizantes, en el léxico por ejemplo, desaparecidos hoy en el norte y centro de España.
Este léxico arcaizante castellano, para algunos filólogos, es lo que se ha utilizado sobre todo en los diccionarios o glosarios “andaluces”, con el problema añadido de que se han usado principalmente vocabularios locales, ya que muy pocos términos supuestamente “andaluces” se comparten en toda la comunidad autónoma.
para unos es andaluz, para otros hablas andaluzas. Para algunos un “geolecto” o “dialecto”, una variedad del español hablada en el sur de España, para otros una variante simplemente fonético-fonológica
Sin embargo, para otros expertos, aparecen como “americanismos” en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) términos que son en realidad “andalucismos” (del occidente andaluz) debido al gran influjo de este en el léxico y la fonética del español de América, principalmente en el Caribe.
Mientras que para otros, numerosos “andalucismos” recogidos en el DRAE son en realidad procedentes del romanó o caló (en algunos casos de ascendencia sánscrita) y no auténticos “andalucismos”. La cuestión es pues bien compleja.
Nacionalismo colonialista andaluz
El español o castellano no tiene más normas que las fijadas en nuestra gramática y en la lengua literaria de nuestros clásicos, de Quevedo y Cervantes a Francisco Ayala y Lorca, a García Márquez y Vargas Llosa.
Todos hablamos una u otra modalidad de español, por tanto, que existan variedades o hablas “andaluzas” es normal y debe ser reconocido. Cosa distinta es que los políticos andalucistas, con Moreno Bonilla a la cabeza, nos lleven a un fenómeno no ya de nacionalismo, sino de colonialismo.
Y es innegable que el principal problema para denominar al dialecto como “andaluz” radica en que su objeto de estudio es extensísimo: una comunidad creada por los políticos a finales del siglo XX y muy diversa lingüístico-culturalmente, producto de una historia dispar en occidente y oriente, y donde lo “andaluz” unitario y único es una falsificación.
La realidad es heterogénea: casi noventa mil kilómetros cuadrados y ocho provincias en esta comunidad, solo superada en extensión por Castilla-León por tan solo unos cuatro mil km2 y una provincia y donde, precisamente, se está produciendo el lógico fenómeno de creación de la nueva comunidad autónoma leonesa, avalada por su historia.
Al igual que la historia de Granada avala la creación de una nueva comunidad autónoma granadina y a la que constitucionalmente tenemos derecho, exactamente el mismo, más si cabe, que los leoneses.
Hemos pasado del “café para todos” de Manuel Clavero Arévalo, que diseñó el nuevo mapa nacional durante la Transición, al descafeinado o, incluso peor, a la achicoria para Granada, si tenemos en cuenta el abandono de todo tipo a que hemos estado sometidos los granadinos bajo los gobiernos socialista y popular.
Lengua, idioma, dialecto, habla: aclaraciones necesarias
La Real Academia Española considera que “lengua” (del latín “lingua”) es ‘el sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana que cuenta generalmente con escritura’, sinónimo por tanto de “idioma”.
“Idioma”, a su vez (del latín tardío “idioma”, del griego “ídios”), es la ‘lengua de un pueblo o nación, o común a varios’.
“Dialecto” (del latín “dialectus” y este del griego “diálektos”) es ‘la variedad de un idioma que no alcanza la categoría social de lengua’. Es sinónimo de “habla”.
“Habla” (del latín “fabula”), por su parte, es el ‘sistema lingüístico de una comarca, localidad o colectividad, con rasgos propios dentro de otro sistema más extenso’.
La cuestión es farragosa, pues también se consideran “dialectos” el español, el catalán y el gallego respecto del latín.
Las hablas “andaluzas” no son una lengua, aunque pese a los nacionalistas andaluces, sino variantes del español, lo que algunos expertos, como hemos visto anteriormente, consideran un dialecto, pero otros no, pues hablan solo de rasgos fonéticos, que ni siquiera se comparten en todo el territorio de la comunidad autónoma.
¿Fronteras políticas o lingüísticas?
Los dialectólogos establecen dos bloques lingüísticos correspondientes a lo que hoy es la comunidad autónoma andaluza, la parte occidental (Huelva, Cádiz, Sevilla y Córdoba) y la oriental (Granada, Málaga, Almería y Jaén).
Aunque estas “fronteras” o “isoglosas” (del griego “iso-”, ‘igual’ y ”glossa”, ‘lengua’) son difusas, por ello es preferible referirnos a estas variedades como hablas “andaluzas”, mejor que “andaluz”. Por ejemplo, ciertas zonas de Almería se incluyen dialectalmente en el “murciano” y no en el “andaluz”. La historia y la geografía tienen un papel más determinante que la política en las lenguas y dialectos.
es preferible referirnos a estas variedades como hablas “andaluzas”, mejor que “andaluz”
Históricamente, si Andalucía se conquista a partir del siglo XIII, Granada lo es en el XV, debemos pensar en la influencia de las distintas poblaciones en esos territorios diversos, el influjo del árabe durante mucho más tiempo en una que en otra, etc., pues no es hasta 1492 que comienza el proceso de repoblación, colonización, integración y occidentalización de Granada, que tardará siglos en conseguirse.
Se admite tradicionalmente que estas hablas “andaluzas” son el resultado de alteraciones, principalmente fonéticas, en el sistema del castellano medieval después de 1212 (fecha de la batalla de las Navas de Tolosa, importante hito de la guerra entre musulmanes y cristianos en las fronteras medievales ibéricas) y dentro del español clásico y moderno a partir de los siglos XVI y XVII.
Los rasgos más acusados de diferenciación se producen a partir del siglo XVIII. Para algunos filólogos solo puede hablarse de variedades andaluzas, con diferencias notables en oriente y occidente, a partir de dicho siglo.
Algunos cronistas de la segunda mitad del siglo XV y principios del XVI, y podemos hablar de Gonzalo García de Santa María (Zaragoza 1447-1521), diferencian el habla en occidente o Andalucía, y oriente o reino de Granada, a lo primero lo llaman “andaluz” y a lo segundo “morisco”. Señal de que existía (y podemos decir que sigue existiendo) una clara diferencia.
Pueden inventarse los nacionalistas andaluces una identidad, una cultura u homogeneidad andaluza y hasta una bandera, pero estas nunca han existido.
Es imposible por tanto delinear, como parece pretender hacer Moreno Bonilla a través de la fundación de Rojas Marcos, un andaluz estándar y culto, salvo de forma artificial. Podemos preguntarnos qué rasgos se van a imponer en esa pretendida normalización que parece estar buscando el presidente de la Junta de Andalucía, ¿los de occidente?
Nos tememos la creación de un nuevo “chiringuito” con el dinero público para producir más bibliografía que dé combustible al nacionalismo colonialista andaluz.
Los filólogos hablan de la compleja y polimórfica realidad de las hablas “andaluzas”. Todo lo contrario es simplificación y falseamiento.