Un suspiro de azahar, aroma que abraza, nos guía al Centro Cultural Gran Capitán, donde la memoria de Dolores Montijano florece en cada obra. La capilla, útero de arte y silencio, nos recibe con la presencia de Juan Manuel Brazam, testigo de un legado que trasciende eltiempo.
Dolores Montijano, nacida en Alcalá la Real, tejió con sus manos un tapiz de abstracción y grabado donde la entrega y la creatividad danzan en una mirada inquieta. Su arte, puente entre la lírica y la figuración, respira la fuerza de quien ha sabido conjugar técnica, emoción y espíritu renovador.
Las vitrinas, espejos de un pasado vibrante, nos muestran a Teiko Mori y Maureen Both, amigas y grabadoras que compartieron el viaje artístico con Montijano. También aparecen imágenes de los pintores Manuel Ángeles Ortiz y Manolo Maldonado, así como de sus admirados amigos Cayetano Aníbal y Rafael Guillén, escultor y poeta, respectivamente. Todos ellos evocan una Granada que renacía de las sombras, en busca de la luz de la libertad.
Un homenaje vivo a la esencia del arte
La exposición, organizada por el Área de Cultura del Ayuntamiento, es un canto a la esencia del arte: un homenaje a una creadora que hizo del grabado, el collage y el color una forma de pensar el mundo. Juan Ramón Ferreira, alma sensible y paisano de Montijano, impulsó este reencuentro con una artista que dejó una huella imborrable en el arte contemporáneo andaluz.
Infancia y fascinación
Recuerdo mi infancia en Alcalá la Real, donde Dolores Montijano irradiaba fascinación. Para mí, que ya sentía la pulsión del arte desde niño, ella era la encarnación de una deidad pagana: elegante, guapa y amable. Vivíamos relativamente cerca, en aquel hermoso entorno del Paseo de los Álamos, en la ciudad que vio nacer al ilustre imaginero del Siglo de Oro, Martínez Montañés. Sus hijos fueron mis compañeros en el instituto. Sus exposiciones en el Palacio Abacial, coincidiendo con las celebraciones en honor a la Virgen de las Mercedes, son recuerdos que brotan de la tierra misma.
La presencia del pintor y profesor sevillano Diego Ruiz Cortés en el IES Alfonso XI encendió la chispa de la creatividad en aquellos que soñábamos con el arte. Dolores Montijano, con su obra, fue un faro que iluminó el camino de muchos.
Una artista sin fronteras
Tras formarse en Granada y Sevilla, la vocación de Montijano la llevó a ciudades como Buenos Aires, París —donde conoció a Picasso— y Roma. Fue pionera en abrir senderos para el grabado contemporáneo desde Granada, creando el Taller Experimental de Grabado El Realejo en 1985. Su estudio con Renato Bruscaglia en Urbino y Robert Dutrou en París enriqueció su mirada técnica y poética.
Semilla y fruto de la creación
La obra de Dolores Montijano es semilla y fruto, refugio de memoria y trampolín hacia nuevas formas. Fue reconocida con premios tan prestigiosos como la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, pero su verdadero galardón está en la huella que deja en quienes se acercan a su obra con ojos abiertos y corazón dispuesto.Visitar la muestra junto a Gloria y Brazam fue profundamente emotivo. Su imagen, su rostro tocado por la niebla, dibujado en melancolía, nos acompañó en la contemplación de su obra, y afloraron vivencias pasadas. Compartir recuerdos y sentimientos en torno a la figura de Lola hizo aún más enriquecedora la experiencia. Coincidimos en que el universo de sus grabados es complementario al de su pintura. Su investigación y búsqueda
expresiva en el grabado tiene una continuidad plástica melódica, marca Montijano, mientras que en la pintura abre múltiples caminos y oquedades misteriosas.
Recordamos también a otra gran artista, Manini, y las diferencias entre sus periodos formales y su uso de materiales.
La alquimia del grabado
La palabra poética de Rafael Guillén enriquece el contenido de la muestra y lo acompaña con versos como: ¿De dónde estos susurros, estas voces inaudibles, estas invisibles presencias, estas sombras o espectros que traspasan los muros y cítaras, cuyos etéreos pies desgastan la solería, que aparecen y desaparecen, que vienen de otro tiempo, de un tiempo que no hemos vivido y, sin embargo, vagamente recordamos? La pintura se hace materia. Y parafraseando de nuevo a Guillén: Todo es rumor, misterio, presentimiento, transparencia. Un tibio aliento de intemporalidad envuelve la capilla.
En el grabado, Montijano fue una alquimista. El proceso estaba vivo en las tintas que respiran, que se yuxtaponen. Utilizaba procedimientos indirectos —mezzotinta, aguafuerte, aguatinta, azúcar, barniz blando, carborundo— y, en menor medida, los directos, como el buril o la punta seca, antes de estampar con los implacables cilindros del tórculo.
La belleza de lo íntimo
El montaje de Alejandra y Ramón es sencillamente excepcional. La inclusión de sus herramientas —buriles, tintas, planchas, tarlatana, rodillos de entintado, tórculo— no solo enriquece la exposición, sino que ofrece una visión profunda y conmovedora del proceso creativo. Cada elemento ha sido dispuesto con una precisión y sensibilidad que realzan la belleza y el significado de las obras expuestas.
La selección y disposición de estos elementos, cuidadosamente integrados en el espacio, invitan al espectador a sumergirse en el mundo íntimo de la artista, permitiendo una conexión más profunda con su obra, junto a magníficos grabados como Cipreses en la Fundación Rodríguez-Acosta, aguafuertes sobre planchas de zinc. Dolores cogía un tema y hacía variaciones sobre él, porque la diversidad de esas variaciones se unifica en la matriz.
La exposición Memoria de una Vida, en el Centro Cultural Gran Capitán, es un viaje poético a través de la obra de Dolores Montijano, una artista que hizo del grabado, el collage y el color un canto a la esencia de la vida. Su legado, que trasciende el tiempo y el espacio, nos invita a contemplar el mundo con ojos nuevos y a abrazar la belleza que reside en cada detalle.
José Manuel Darro
Viernes de Dolores, 2025