La antigüedad del yacimiento del Cerro de la Encina sigue siendo hoy día objeto de debate. Existen evidencias en el registro arqueológico que lo situarían en momentos propios de la transición del período del calcolítico al argárico hasta la fase del argárico tardío. Su visita detenida nos transporta a cuatro mil años atrás al momento actual
CÉSAR GIRÓN
Granada Histórica
Monachil, cuyo nombre deriva de la palabra árabe monastir —término de origen latino que significa monasterio—, es una bella localidad cercana a la capital granadina situada en la comarca de la Vega, en las estribaciones de Sierra Nevada. Su territorio es recorrido en toda su extensión longitudinal de este a oeste por el río de igual denominación, que nace en las faldas del pico Veleta (3394 metros de altitud sobre el nivel del mar) en la laguna de las Yeguas, los lagunillos de la Virgen y las aportaciones de otras acumulaciones de agua nevadenses como las lagunas del Carnero y la de la Mula, hasta el límite con el término municipal de Huétor Vega, donde la cota del municipio se rebaja hasta su punto más bajo (700 metros de altitud sobre el nivel del mar). Habitado en todas las épocas, en Monachil pueden localizarse asentamientos que revelan la presencia del hombre desde la edad del cobre hasta nuestros días, hallándose testimonios de asentamientos prerromanos, romanos y árabes, entre los que sin duda el de mayor importancia histórica y cultural es el del yacimiento del cerro de la Encina, correspondiente a la cultura argárica.
El sendero
La aproximación al yacimiento, que pertenece a la Consejería de Cultura y Patrimonio de la Junta de Andalucía, hay que efectuarla caminando por la calle Albaricoque y continuando por el sendero de San Antón, también conocido como vereda del cerro de la Encina, que discurre junto a la bucólica acequia de la Estrella —actualmente también conocida como acequia del Albaricoque— hasta llegar a la localidad de Huétor Vega. Hasta el sendero mismo declinan los afloramientos del importante yacimiento arqueológico, que veremos cubiertos con lonas fijadas por cantos de piedra, un medio no muy adecuado de protección de tan importante registro arqueológico.
El sendero, que serpentea por los parajes del cascajal y el barranco de los olivos, tiene una longitud de algo más de 2 kilómetros, encontrándose a mitad de su trayecto el yacimiento argárico.
Historia
El yacimiento del Cerro de la Encina está constituido principalmente por un poblado agrícola y minero y una necrópolis de época argárica. Esta ubicado en un escarpado espolón sobre el río Monachil, que se remonta a no menos de 1800 a. C. Un yacimiento que junto al de la Cuesta del Negro de Purullena, es considerado uno de los principales de la cultura del Argar en la actual provincia de Granada.
Estaba formado por un recinto fortificado que dominaba el tránsito entre la vega del río Genil y los pastos de Sierra Nevada, entorno al cual hubieron de desarrollarse cultivos de regadío, alimentados por el río Monachil, que en el momento era de mayor caudal y que formaba una zona lacustre que facilitaba la presencia de estos junto a otros policultivos de secano desarrollados en llanos y bancales que aún pueden identificarse. Además, existen importantes registros reveladores de la práctica de la ganadería ovina y caprina, pero muy especialmente del caballo, símbolo del estatus de algunos de sus pobladores, así como de caza de la fauna propia de los montes del lugar, donde tenían presencia el jabalí, la cabra montés y el tejón.
Notable importancia del yacimiento es la clara actividad minera desarrollada en el mismo, como muestran los filones superficiales de cobre arsenicado —una aleación en la que se agrega arsénico en lugar o además del estaño u otros metales constituyentes al cobre para producir bronce—, según se recoge en el catálogo de paisajes de la provincia de Granada.
El asentamiento
El sendero que transcurre junto a la acequia se conecta, una vez pasado el primer afloramiento del yacimiento —que veremos cubierto tras ser excavado—, con una pasarela de madera que lleva a una pequeña llanura por la que continúa una variante de la vereda, que a partir de aquí asciende sinuosa dando paso a las diferentes ubicaciones del asentamiento hasta alcanzar la cota máxima, situada a 780 metros de altitud.
El Cerro de la Encina, como otros asentamientos contemporáneos del interior del territorio argárico, estaba protegido por una muralla y sus correspondientes bastiones. Estas estructuras defensivas estaban construidas principalmente con piedras, mientras que las viviendas del poblado se edificaron mediante tapiales o muros de adobe. Algo destacable en este yacimiento es que, si bien en los poblados argáricos la mayoría de las casas son rectangulares o cuadradas, en este poblado hay algún edificio de planta absidal.
El bastión
El elemento más destacado del poblado y necrópolis del Cerro de la Encina es sin duda alguna el bastión, la fortificación estratégica que tenía como objetivo principal, entre otros cometidos, proteger el asentamiento y el área de visualización desde su estratégica posición. Se trata de una estructura fortificada muy resistente construida con materiales de acarreo, principalmente. Como es tradicional su emplazamiento responde a los cánones constructivos del momento, en los que se buscaba una altura elevada del territorio o cerca de cuerpos de agua. Quizá aquí podría tener las dos funciones, dada su cercanía al río Monachil.
Los bastiones han sido utilizados a lo largo de la historia para defender ciudades, puertos y fronteras, pero además de su función defensiva, también servían como bases para el lanzamiento de ataques, no en vano estas fortificaciones eran todo un símbolo de poder y resistencia, y han desempeñado un papel importante en los conflictos y enfrentamientos a lo largo de los siglos. Y sin duda alguna la posición fuerte del Cerro de la Encina también lo fue.
Excavaciones
Según se descubre en las memorias de excavación y en distintas publicaciones de la Universidad de Granada (UGR), el Cerro de la Encina ha proporcionado secuencias estratigráficas fundamentales para datar algunas fases y el declive del grupo argárico. Según expuso en uno de sus trabajos el catedrático Jorge Juan Eiroa García, de la Universidad de Murcia, se pueden identificar en el yacimiento prácticamente toda la periodificación descriptiva del período calcolítico-argar, lo que le confiere una notable importancia entre los yacimientos del territorio argárico.
Ecoarqueología
En orden a los registros arqueológicos que pueden encontrarse en él y que conectan el yacimiento con la actividad desarrollada en el poblado, hay que destacar que los restos hallados testimonian la presencia de la fauna propia del momento, que estaría representada por el ciervo, el jabalí, el corzo, el lince, la nutria, el tejón, el zorro, el gato montés, el erizo, el lirón careto, la liebre, el galápago, la grulla, la cigüeña y la avutarda, lo cual indicaría un mayor caudal hídrico que el actual y zonas bajas con aguas estancadas, así como la presencia de un bosque mixto con algunos espacios abiertos. Los restos de fauna salvaje hallados suponen un volumen del 12 por cien del total, siendo llamativa la masiva presencia del caballo entre las especies domésticas —el porcentaje más alto de toda la Europa prehistórica—, complementado por el buey, la cabra, la oveja y el cerdo, según opinó el profesor y arqueólogo Vicente Lull Santiago, de la UAB.
Necrópolis
A lo largo del tiempo y tras los resultados de distintas excavaciones, aunque no se ha hallado una necrópolis genérica, sí que han sido estudiados 19 esqueletos y sus ajuares respectivos; lo que ha permitido que los investigadores relacionen las ofrendas más ricas con individuos de menor musculatura e inferior número de procesos degenerativos, es decir, individuos menores o adolescentes, según se recoge en el Boletín del Seminario de Estudios de Artes y Arqueología, en un artículo publicado en 1999 por otro estudioso de la Prehistoria en el sureste español, Antonio Gilman Guillén. Las sepulturas más ricas fueron halladas en la parte alta del poblado, siendo de destacar la existencia de enterramientos infantiles con ajuares importantes.
Acrópolis
Por otra parte, fue también en la acrópolis —la parte más alta del poblado—, donde fueron hallados los animales consumidos en exclusiva por sus moradores, como los équidos, algo observado igualmente en asentamientos como el de Peñalosa o en el cercano de la Cuesta del Negro. Esta zona elevada es, a la vez, la más fortificada en todos estos casos. Todo ello sirvió de base para establecer los rasgos generales de la estructura jerárquica, desigual y militarizada de la sociedad argárica, como han expresado los profesores Francisco Contreras y Juan Antonio Cámara, de la UGR.
Entre las ofrendas funerarias encontradas destacan copas argáricas, aretes y brazaletes de plata y cobre, diversos tipos de cuchillos-puñales y punzones. También se han secuenciado hallazgos correspondientes al Bronce final, durante el cual hubo un importante aumento de los intercambios comerciales con la zona tartésica, con la levantina y con los asentamientos coloniales costeros fenicios.
A la edad del Cobre
La inmersión en la historia que supone visitar el Cerro de la Encina, es una experiencia enriquecedora que nos transporta a épocas pasadas, permitiéndonos comprender y conectar con los eventos y las personas que dieron forma al mundo en el que vivimos hoy. Supone hacer un inesperado “paseo por la edad del cobre”. Lo hemos avisado en la columna editorial con la que abríamos este número. Solo nos queda, tras hacer este breve esbozo, recomendar a todos aquellos que amen la historia de Granada y su territorio, que visiten, con respeto, el yacimiento del cerro de la Encina. Se sorprenderán.
La Edad del Cobre, también conocida como Calcolítico, es un período crucial en la evolución humana y el desarrollo de la metalurgia. Se sitúa entre el Neolítico y la Edad del Bronce, abarcando aproximadamente desde el 4500 al 3000 a.C. Durante esta época, las comunidades humanas descubrieron la habilidad de trabajar el cobre, creando herramientas y objetos que revolucionaron su forma de vida. El cobre era más maleable que la piedra y permitía la creación de utensilios más precisos y duraderos. Además, su descubrimiento condujo al inicio del comercio y la especialización artesanal. La Edad del Cobre fue un momento de transición y experimentación, sentando las bases para los avances tecnológicos futuros y marcando el comienzo de la Edad de los Metales.
La cultura de El Argar o argárica es una cultura que se expresó y manifestó en poblados del sudeste de la península ibérica en el Bronce Antiguo, floreciendo entre c. 2200 y 1550 a. C. Formó una de las sociedades de mayor relevancia en la Europa del III y II milenios a. C. y creó la primera sociedad urbana y estatal del Mediterráneo occidental.
La argárica es una de las culturas antiguas mejor estudiadas gracias al excelente estado de conservación de sus restos arqueológicos. Este complejo cronocultural es considerado indicativo de los procesos de jerarquización social que se extendieron por el territorio del sureste peninsular —la actual Andalucía Oriental y el Levante español—. Su nombre se debe al yacimiento epónimo de El Argar, en el municipio de Antas, Almería, que fue estudiado, como otros territorialmente cercanos por los hermanos belgas y arqueólogos, Enrique y Luis Siret.