LA SINRAZÓN DE LO WOKE RADICA EN SU AFÁN CENSOR: IMPONE DOGMAS EMOCIONALES POR ENCIMA DE LA RAZÓN, EROSIONA EL ESTADO DE DERECHO, CONVIERTE LA DISCREPANCIA EN DELITO Y SACRIFICA LA LIBERTAD EN NOMBRE DE SUPUESTAS CAUSAS.
Dogmatismo ideológico en la UGR
La reciente sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA), que anula los acuerdos de la Universidad de Granada (UGR) para suspender convenios y colaboraciones con universidades e instituciones israelíes, constituye un toque de atención imprescindible. El fallo recuerda que las universidades públicas, como órganos de la Administración, están sometidas al principio de legalidad y no pueden adoptar decisiones discriminatorias al dictado de grupos de presión ideológicos, por muy ruidosos o insistentes que sean.
La UGR, en mayo de 2024, decidió cancelar sus vínculos con centros de investigación israelíes bajo el pretexto de “solidaridad con Palestina” y en un contexto de fuerte presión de colectivos universitarios organizados. Aquella decisión no solo supuso una quiebra de la neutralidad institucional exigible a una universidad pública, sino que además incurrió en un sesgo discriminatorio evidente: penalizar a investigadores e instituciones por razón de su nacionalidad, en abierta contradicción con el ordenamiento jurídico español y europeo.
la universidad no es un parlamento paralelo, ni un espacio de activismo político
El TSJA ha sido tajante: estas medidas carecían de fundamento jurídico, vulneraban el principio de igualdad y suponían un ejercicio ilegítimo de un poder que la Universidad no tiene. Y sin embargo, la deriva que adoptó la UGR se explica por un fenómeno cada vez más presente en el ámbito académico: la colonización de la vida universitaria por el dogmatismo “woke”, que confunde la misión de la universidad —generar conocimiento, debate libre y formación crítica— con la conversión en una trinchera ideológica al servicio de determinadas causas.
la cuestión de fondo no es Gaza, ni Israel, ni Palestina: es el papel de la universidad en una sociedad democrática
La universidad no es un parlamento paralelo, ni un espacio de activismo político. Cuando se deja arrastrar por el seguidismo a consignas militantes, pierde su condición de foro plural y de excelencia académica, para transformarse en una institución rehén de minorías organizadas capaces de imponer su agenda por presión y ruido. El caso de la UGR es paradigmático: un claustro que debería velar por la libertad académica y la cooperación científica internacional terminó por alinearse con un movimiento de boicot que ya ha sido señalado en numerosas ocasiones como contrario a derecho.
La cuestión de fondo no es Gaza, ni Israel, ni Palestina: es el papel de la universidad en una sociedad democrática. O se reafirma en el respeto al Estado de derecho, la libertad de investigación y la neutralidad institucional, o se convierte en un instrumento de agitación ideológica, hipotecando su credibilidad y, lo que es peor, sus funciones esenciales.
El TSJA ha corregido lo que nunca debió suceder. Cabe esperar que la lección sea aprendida y que la UGR, en lugar de sucumbir a la presión de colectivos activistas, se reconcilie con su verdadera misión: ser un espacio abierto al saber, al diálogo y a la cooperación sin fronteras ideológicas.



