LA POSVERDAD EN LOS 80: EL RELATO DEL ANDALUCISMO

Así como la mentira no es error ni desconocimiento, sino fundamentalmente intención, la característica esencial de los mentirosos es que conocen la verdad y, al conocerla, la ocultan, la falsean y la recubren para invisibilizarla. Los mentirosos saben cuál es la realidad, saben lo que quieren decir sobre ésta y diferencian ambas dimensiones:

«Para mentir, en el sentido estricto y clásico del concepto, hay que saber la verdad y deformarla intencionalmente. Por lo tanto, es preciso no mentirse a sí mismo»

(Jacques Derrida, filósofo, 1995)

Sirva esta breve referencia para adentrarnos en la construcción del relato andalucista que arranca con la idea de fabricar ex novo todos los elementos que configuran clásicamente una identidad que sirva de base para cristalizar en un armazón legal la rotunda y falsa afirmación de que nos hallamos ante la realidad de una nacionalidad histórica.

Mirando retrospectivamente hacia la filósofa y política Hanna Arendt, ésta escribía en 1972:

“Ahora debemos volver nuestra atención hacia el fenómeno relativamente reciente de la manipulación masiva de los hechos y de la opinión, tal como se ha tornado evidente en la reescritura de la historia, en la fabricación de imágenes y en la política de los gobiernos”.

La mentira política tradicional, tan saliente en la historia de la diplomacia y de la habilidad política, generalmente se refería a secretos auténticos —datos que nunca se habían hecho públicos— o bien a intenciones que, de todos modos, no poseen el mismo grado de certidumbre que los hechos consumados. […] Las mentiras políticas modernas tratan eficazmente de cosas que de ningún modo son secretas, sino conocidas prácticamente por todo el mundo.

Esto es evidente en el caso de la reescritura de la historia contemporánea a la vista de aquellos que han sido sus testigos, pero es igualmente cierto en la fabricación de imágenes de todo tipo, pues se supone que una imagen, a diferencia de un retrato a la moda antigua, no embellece la realidad, sino que ofrece de ella un sustituto completo. Y ese sustituto, en virtud de las técnicas modernas y de los medios masivos de comunicación, es, por supuesto, mucho más patente de lo que fue jamás el original.

Tomando como referencia estas consideraciones no tardamos en darnos cuenta que tenemos frente a nosotros un paradigmático ejemplo de lo referido tanto por Derrida como Arendt: la creación de la Andalucía fruto de la posverdad que, sin esa acepción tan reconocible en nuestra

cotidianidad, ya ni siquiera nos asombra aun cuando percibamos lo insultante de su ontogenia.

Aunque el uso del término inicialmente provoque un cimbreo en nuestra comprensión de la realidad, hasta el punto de desvirtuarla, su rutinaria utilización ya ni nos conmueve y, en muchos casos, ni nos ocupa. Terminamos aceptando una suerte de validación en función de la procedencia que algunos casos consideramos de intachable credibilidad.

Es por esto último que se ha recurrido a la procreación de un cuerpo doctrinal de generación espontánea en instituciones que pocas veces se habían considerado sospechosas pero cuya credibilidad tras su instrumentalización, colonización y direccionamiento, generan dudas cada vez más severas en su producción y reevaluación históricas.

La utilización de la Universidad para reescribir la Historia en diferentes configuraciones que permitan cimentar un relato del gusto nacionalista ha sido denunciada por diferentes personalidades, entre ellas la profesora y ensayista María Elvira Roca Barea. Ver enlace. Una vez construido el relato su perpetuación y difusión se logra desde todos los ámbitos posibles incluyendo la enseñanza. Ver enlace.

Yendo a lo concreto, veamos algunos elementos que ilustran la construcción de esa posverdad que es la fabricación de la actual Andalucía:

Observemos el pasado remoto que proyecta la entidad creada a partir de los años ochenta del anterior siglo en temas como la Prehistoria, Tartessos o Andalucía Romana por poner algunos ejemplos. Se crea además una artificiosa continuidad temporal de una pretendida identidad llegando a la sonrojante afirmación del acento andaluz en la Hispania Romana.

En relación a temas políticos,

Negación u omisión de capítulos fundamentales como las distintas propuestas de regionalización en el Siglo XIX basadas en criterios coherentes con la Historia.

Ocultación del proceso iniciado para la creación de la Mancomunidad de Andalucía Oriental en 1924.

Tergiversación de los resultados de la asamblea de Córdoba de 1933 que es tratada como hito notable en la construcción de un ente de ocho provincias.

Falseamiento histórico, en cuanto se afirma que el proceso de autonomía para Andalucía en el año 1936 se interrumpió por el estallido de la Guerra Civil, cuando, en realidad, el 19 de junio el Pleno del Ayuntamiento de Granada acordaba y así se recoge en la prensa local “mantener la necesidad de las dos entidades regionales y los derechos de Granada a la capitalidad de Andalucía Oriental. Así se acuerda.”

A partir de los años ochenta, tras el fracaso del referéndum de autonomía y posterior pucherazo, se emprende el intento de homogeneización del territorio con todos los instrumentos al alcance de una administración hipertrófica y centralista para la creación de la identidad andaluza con cultura y lengua propias. La construcción del relato continúa, cosas de la posverdad.

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Juan J. Alonso

Juan J. Alonso (Granada, 1962) es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada (1985). Ha desarrollado su actividad en distintas posiciones en la Industria farmacéutica y de Diagnóstico clínico como especialista en Enfermedades Infecciosas y Microbiología. Regionalista convencido, ha sido vicepresidente de la ARG. En la actualidad es miembro del equipo técnico de HG.

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