EL SÍMBOLO DE UN REINO

EL POPULAR SÍMBOLO QUE REPRESENTA A GRANADA Y SU REINO ESTÁ PRESENTE EN LA HERÁLDICA ESPAÑOLA POR RAZÓN HISTÓRICA Y POR DERECHO. FRENTE A ELLO RECIENTEMENTE SE HA PORFIADO EN HACERLO DESVANECER PARA TRATAR ASÍ DE ELIMINAR LA REALIDAD HISTÓRICA DE GRANADA

Un símbolo es un elemento u objeto material que, por convención o asociación, se considera representativo de una entidad, de una idea, o de una condición concreta. Una bandera, un escudo, un himno o una persona o varias a las que se le atribuye la génesis de la conciencia o del proyecto común, pueden ser, de hecho son, los símbolos de un estado o de un pretendido ente político territorial que se trata de imponer o crear.

El poder de los símbolos

Los símbolos siempre tuvieron una particular forma expresiva. Sin embargo, va a ser a partir de la corriente simbolista, a finales del siglo XIX, con apoyo en las escuelas artísticas, cuando se use la sugerencia y la asociación subliminal de palabras e imágenes idealizadas para producir emociones conscientes. Ahora bien, los símbolos siempre han existido. Tal vez los ejemplos más representativos sean la cruz, el sol, las estrellas, las runas o la esvástica, por citar algunos. También, la granada, cuya existencia como símbolo es muy antigua. Con la granada se ha reconocido desde el poder y la pasión, hasta lugares y estados. Y la verdad, es que pocos lugares en el mundo tienen un símbolo tan identificador por sí solo como lo tiene Granada.

Del nombre de Granada

Desde tiempo inmemorial la representación del fruto del punica granatum, el granado, es el símbolo de la ciudad de Granada, su provincia y reino. Desde bastante antes a 1492, cuando pasó a ocupar un lugar permanente en el escudo del estado y de la corona de España.


Fueron los bereberes con la invasión muslímica iniciada en 711, quienes trajeron el árbol y la fruta desde el norte de África, adonde había llegado desde la lejana Persia, de donde es originario. Ahora bien, no puede olvidarse que los romanos la conocieron gracias a los fenicios —de ahí el nombre de púnica—, y éstos por persas y egipcios, que la representaron en sus construcciones y que enterraban a sus faraones rodeados de frutos del granado.
Granada, se conoce con tal nombre con clara determinación, al menos, desde el siglo IX, cuando la decadencia del núcleo urbano de Iliberis y el asentamiento de la población en un lugar próximo al Darro, hizo florecer la Granada musulmana, ocupando en buena medida el antiguo asentamiento romano. Cierto que no falta quien advierta que el nombre “Garnata” es muy anterior, remontándose al menos al momento

Granada, se conoce con tal nombre con clara determinación, al menos, desde el siglo IX, cuando la decadencia del núcleo urbano de Iliberis y el asentamiento de la población en un lugar próximo al Darro, hizo florecer la Granada musulmana

del asentamiento de la grey judía, tras la diáspora provocada por Barcoquevas —el falso mesías Simón Bar Kojba—, conformando la conocida como Garnata Al-Yahud, o Granada de los Judíos, allá por el siglo II. No en vano hay quien le atribuye el origen del nombre a éstos, pues la granada es uno de los símbolos del Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío.

No es necesario remontarnos más en el tiempo, donde aparecen explicaciones peregrinas sobre el origen del nombre de Granada que aluden a la cueva de refugio de Nata, la hija de Noé, que se hallaría por aquí.
Sea como fuere el nombre de Granada es antiguo y siempre se ha identificado con el fruto del arbusto púnico, representándose con su fruto, que es nuestro símbolo inmemorial.

Del poder simbólico de la granada

De la granada hablaron los egipcios, los griegos y los babilonios, que le reconocieron un poder especial. También lo hace repetidamente la Biblia. El cristianismo la considera como símbolo de su propia Iglesia, que une bajo su manto diferentes pueblos, al representar por su estructura lo uno y lo múltiple, y por su color la sangre de los mártires y de la vida eterna. Por esta razón está presente en las vestiduras de los sacerdotes. Es también símbolo de la pasión y la resurrección cuando la porta Jesús y de la castidad cuando lo hace María.

En el Islam se la considera el fruto dorado de uno de los árboles del Paraíso, conforme a referencias coránicas y a las tradiciones del profeta Mahoma. La cuestión no es baladí, porque muchos pueblos antiguos la han considerado como un símbolo de amor, de fertilidad y prosperidad, como los griegos, los romanos, los chinos y los indonesios. Pero amén de sus propiedades y atribuciones, a la granada la culmina un cáliz con forma de corona, que inspiró a los judíos para hacer el tradicional diseño de la aureola magna.

El poder representativo de la granada es ancestral. Se puede encontrar esculpida en los bajorrelieves egipcios y en numerosos lugares principales, valga por ejemplo su localización no solo en espacios áulicos como la Alhambra o en el Palacio de Carlos V,

sino también en el antiguo Palacio de Placentia —Bella Court— en Greenwich, donde la reina Catalina de Aragón, esposa de Arturo Tudor y después de Enrique VIII de Inglaterra, mandara esculpir granadas, para recordar de este modo la ciudad que le vio crecer y partir para Inglaterra. Y no cabe olvidar el Vaticano, Versalles o el Capitolio, por señalar otros centros representativos del poder en el mundo.

El desvanecimiento

Hay quien trata de ver en las comunidades autónomas el germen de nuevos estados. Incluso hay quienes consideran ufanamente que algunas son ya estados. Para ello no han despreciado el recurrir a cuestiones tan indeseables y perniciosas como manipular la historia o crear falsos símbolos identitarios que presentan como comunes y tradicionales. En ésto no se diferencian de lo realizado desde antiguo por todo tipo de regímenes, incluidos los totalitarios.


Ni qué decir tiene que precisamente cuando un régimen, un estado o una civilización han tratado de imponerse sobre otro diferente, lo primero que ha realizado ha sido la evitación de los símbolos del sometido, la negación de sus límites y la tergiversación de sus orígenes. Ejemplos no faltan. Están en la mente de todos.


No es excesiva la reflexión en nuestro contexto si se considera que actualmente en ninguna parte, ni oficial, ni extraoficial, del ámbito sociopolítico y cultural de Andalucía, se reconoce o se integra el símbolo representativo de la parte históricamente más importante del que se llama ahora territorio andaluz. En este asunto las cosas no son casuales, sino deliberadas. No vale decir que la actual Andalucía tampoco acoge a los otros tres reinos —ninguno de la importancia simbólica del granadino, debe quedar claro—, por la sencilla razón de que sí que está presente sin excepción desde 1492, como lógicamente no podía ser de otro modo, en el escudo de España —como también lo está en los escudos de armas de todos los monarcas de las casas reinantes, habidos desde aquella fecha, Austrias, Borbones, Bonaparte y Saboya, hasta hoy—, tanto bajo el régimen monárquico como bajo el republicano.


La permanencia de esa granada entre los más altos emblemas de nuestra nación no es sino testimonio del indeleble valor simbólico que el reino de Granada tuvo, y tiene, pese a quien pese, en la historia, la política y la organización territorial de España.

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