Agustín Morales Jiménez representa el ideal del artista, con formación técnica y humanística. Proviene de una saga de ceramistas que data de los inicios de la Granada cristiana. Como escultor, parte de la reinterpretación de los modelos clásicos granadinos y, manteniendo la misma calidad, aporta nuevas formas que dialogan con la tradición. Además, ofrece novedosas e interesantes propuestas insertadas en la estética actual, valoradas internacionalmente y que, enraizadas en el pasado, reivindican el futuro.
La cerámica granadina hunde sus raíces en la cerámica nazarí. Se ha mantenido en nuestra ciudad y en su entorno (su área de influencia, el antiguo Reino de Granada y la Región de Granada), conservando modelos estéticos y una perfección técnica transmitida de generación en generación hasta la actualidad, si bien fue evolucionando según las necesidades sociales, con nuevos diseños. El resultado es una síntesis de la maestría artesana y técnica con un programa pictórico que engloba formas geométricas, vegetales y animales con un colorido, una calidad, una elegancia y una simetría características, que hacen inconfundible la cerámica granadina.
Agustín Morales, un artista.
Horizonte Garnata ha podido hablar de este y otros temas con Agustín Morales, un artista con unas cincuenta exposiciones en su haber y cuya obra engrosa los fondos de instituciones y museos, así como colecciones particulares y de corporaciones empresariales de España y otros países como Francia, Reino Unido, Arabia Saudí, Estados Unidos, Japón, entre otros.
¿Cómo un niño o un joven siente la llamada del arte y la creación?
Parece que las personas nacemos destinadas para algo concreto, sobre todo en algunas familias. A mis hermanos y a mí, nuestro padre, el ceramista Agustín Morales Alguacil, siempre nos inculcó el amor por el arte, también hacia las dos fábricas que teníamos y a la producción que allí se realizaba. Hablo de las fábricas de Azulejos y de Cerámica San Isidro. De niños ya hacíamos ciertas piezas en nuestros talleres, que algunas conservo aún. Además, mi padre nos fue matriculando a todos en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Granada para que nos adentrásemos en el mundo artístico.
Cuéntenos cómo fue su proceso de formación para pasar de esa etapa inicial a la profesional, si bien ya está usted jubilado.
Cuando llegó la hora de los estudios superiores, cada hermano tomó su camino. Yo estudié Ingeniería Técnica Industrial en Linares con miras a dirigir las fábricas familiares. Llegó un momento en que lo hice, pero por distintos avatares de la vida me fui alejando. Entonces, a los veintipocos años sabía sobre cerámica, pero apenas sabía sobre el ejercicio del oficio.
En el tiempo que estuve en la fábrica con mi padre, yo no hacía trabajos manuales, simplemente dirigía, aunque veía a los mejores oficiales y captaba su trabajo, cómo hacían su labor.
La enseñanza que me proporcionó estar junto a mi padre, un ceramista creador, un artista de mucho impulso, que explicaba a las personas de la fábrica cómo debían ser los trabajos, la decoración, la forma de las piezas: con delicadeza, armonía.
Siempre decía que un rameado granadino no era como las “palmas reales”, en línea recta, sino que tenía que tener su curva y contracurva y completarse con flores, motivos vegetales o de aves y granadas. El caso es que me desligué de las fábricas, pero la enseñanza paterna y de las fábricas fue importantísima.
Algo después, sobre los veintisiete años, empecé a estudiar Historia Contemporánea y a la vez comencé a crear por mi cuenta, para tener autonomía económica. Después de licenciarme en la Facultad de Filosofía y Letras retomé los estudios que había dejado atrás en la Escuela de Artes y Oficios y me matriculé en las asignaturas que me quedaban para conseguir la titulación, que finalmente obtuve, si bien, por determinadas circunstancias me gradué de Cerámica en Jaén.
Una de las asignaturas era Modelado, la base de la escultura, que impartían importantísimos artistas. Allí empecé a crear piezas más contemporáneas o, al menos, yo intentaba encauzarme por el camino de la modernidad. De estas también conservo algunas.
Luego, en los años 80 del S. XX me trasladé a Madrid a estudiar en la Escuela Madrileña de Cerámica de la Moncloa, donde fui alumno del conocido profesor, y reconocido artista de escultura contemporánea, Juan Manuel Llácer. A él le gustaba lo que yo hacía, aunque se sorprendía de que viniendo de la cerámica tradicional, como es el caso de mi familia, innovara e hiciera otro tipo de obras. A partir de ahí ya comencé a hacer cerámica y escultura contemporánea con arcilla refractaria con esmaltes para alta temperatura.
Después estudié en Gijón con la famosa ceramista Concha Cilveti, muy reconocida también, buenísima en cristalizaciones, y con la que aprendí mucho en cuestión de fórmulas, cómo ver y encauzar las piezas, las formas, …
¿Un artista se forma exclusivamente en las escuelas y talleres?
Aparte de lo que se aprende en las escuelas y talleres está lo que se aprende en la calle, quiero decir, cuando sales fuera. He viajado mucho por América, donde me he inspirado, me han surgido ideas. Luego no sabes por qué, instintivamente y sin querer, salen a relucir en tus piezas a lo largo del tiempo estas influencias. No hay que quedarse encerrado sino abrirse a otras posibilidades, porque el mundo es muy grande.
Si vas a un mercado maya, por ejemplo, y ves a tantísimas personas queriendo todas vivir, eso ayuda a ver las cosas desde otra dimensión más grande que la local. Todo enriquece la labor del artista, el novelista, el pintor… hay que abrirse a los museos, a los viajes, al mundo, para ir creando. También he viajado por Europa, Asia, África, etc.
¿Cuáles son sus influencias artísticas o qué le ha condicionado como profesional?
En cerámica este tema es algo complejo, porque ahora sí que hablamos de un mundo pequeño. En España han destacado siempre la escuela de Barcelona y la de Madrid, aunque esta última en menor medida que la anterior. En la Granada de finales de los años ochenta del S. XX habría unas siete personas que eran precursoras en cerámica contemporánea, hicimos un grupo y expusimos de manera conjunta en Madrid y otros lugares importantes.
En cuanto a mis influencias, yo no sé de dónde procede mi obra contemporánea, que se distingue por las líneas rectas o curvas, pero siempre limpias: cuadrados, triángulos. Es muy importante para mí dejar siempre un hueco redondo para que no se nos olvide el primer objetivo de la cerámica, que era el de contenedor. En mis piezas a lo largo del tiempo se puede ver el reflejo de ese pensamiento.
Aunque no siempre el destino de la cerámica es ser útil. Otra línea contemporánea que hice en porcelana, la denominé “Útil-In-Útil”, que sí fue resultado de un viaje a Escocia, donde encontré piezas que no servían para nada. Así decidí crear una línea de objetos “inútiles”: jarras, teteras, cajas, pequeños objetos, que en porcelana es difícil hacer. Ese fue el camino a seguir.
Después la obra contemporánea se fue desviando en más tendencias como fue la inclusión de aires, oquedades, bosques, etc. y una serie de elementos y piezas que me llevaron a lo largo de los años a mi última etapa profesional, hasta mi jubilación.
Para finalizar con el tema de los hilos conductores de su obra, ¿podría hablarnos de la influencia de la tradición granadina en esta?
Me basé en la cerámica tradicional granadina que yo conocía, pero quise dar mi propia visión de aquellas piezas y recurrí para inspirarme a museos y a colecciones particulares, que las hay y muy buenas, en Madrid, por ejemplo, y por supuesto en Granada, como la importante colección de nuestro Museo Arqueológico y Etnológico o la de la Casa de los Tiros, también excelente.
De ese pozo infinito de la tradición granadina a lo largo del tiempo fui creando mis piezas y mi estilo, si bien cambié el azul más intenso de la cerámica del siglo XX (que tenía un azul industrial, de cobalto, pero de importación inglesa) por un azul más acorde con la cerámica granadina antigua (que provenía del cobalto de las minas de Oria, en Almería), que aunque se depurara con las técnicas de aquellos tiempos, siempre traía impurezas, y por ello las piezas que conservamos de los siglos XVII, XVIII o el XIX eran de un azul mucho más grisáceo, lo que ahora se denomina “azul antiguo”.
Fue un éxito, cambió la forma de ver la cerámica granadina de entonces, porque muchos comparaban mi producción con las piezas antiguas que tenían en sus casas y se daban cuenta de que era cierto lo que yo proponía.
En 2005 presenté una exposición en la Galería Ruiz Linares que para mí fue muy importante y que denominé “La tradición renovada”, que no era ni lo tradicional ni lo contemporáneo. Era darle la vuelta a la cerámica granadina y hacerle otra lectura. Por ejemplo, si en esta aparecían aves llenas de verde, morado (marrón) o azul, los colores tradicionales granadinos, yo lo hacía al revés; esas aves estaban huecas y las rellenaba con el rameado granadino. Y lo que antes se “repintaba” con rameado, lo ponía en color verde, morado (marrón) o azul. Esta innovación también me dio muchas alegrías y tuvo muy buen resultado.
¿Podría hablarnos sobre las fábricas de cerámica y azulejos de su familia?
La Azulejera San Isidro (más industrial) estaba en el número 77 de la carretera de Jaén, actual Juan Pablo II, y la de Cerámica San Isidro (más artesana y familiar) en el 63 de la antigua carretera de Jaén, actual Avenida de Madrid. En los años sesenta del siglo XX el Estado nos expropió esta última, situada, como digo, en las Eras de Cristo, junto a la ermita de San Isidro, de ahí el nombre. Aquello se debió a que en la zona se construyó el Hospital Clínico y la fábrica, debido a los hornos árabes, daba mucho humo. Esta pasó a situarse junto a la fábrica de azulejos. Allí estuvieron muchos años las dos juntas.
Lo cierto es que la fábrica de San Isidro fue refundada por mi abuelo, Manuel Morales Alonso, en 1923 sobre otra antigua fábrica de cerámica que había habido allí. También durante un tiempo parece que hubo en este lugar unos almacenes de la fábrica de pólvora de El Fargue.
Nuestra familia, los Morales, está ligada a la cerámica granadina desde el siglo XVI y por medio de enlaces familiares, bodas entre ceramistas y alfareros, algo común pues se casaban entre sí, se unieron nuestros antepasados, Alonsos y Morales.
La zona de la calle Real, de donde provenían los Alonsos, estaba llena entonces de fábricas de cerámica, que luego pasaron al Camino de San Antonio, en el Albaicín. Una se instaló en el convento de San Antonio, desamortizado por Mendizábal, pero la carretera de Murcia atravesó la fábrica y la dividió en dos; por ello aquellas fábricas eran conocidas popularmente como “la de arriba” y “la de abajo”.
Mi abuelo, que era el mayor de los hermanos, se quedó muy joven al frente de estas fábricas y en un momento dado decidió instalarse por su cuenta en la fábrica de San Isidro. Y como anécdota puedo contar que por poco no se instaló en el solar de las Cervezas Alhambra, pues la diferencia de cinco mil pesetas en la época, hablamos de los años veinte del S. XX, suponía mucho dinero.
¿Qué importancia tiene a su juicio la cerámica granadina dentro de la estructura del antiguo Reino de Granada y posterior región de Granada?
Es muy importante. La idiosincrasia de la cerámica granadina vertebra todo el Reino de Granada a nivel cerámico. No es que no hubiera otras en el antiguo Reino o en lo que fue después la región administrativa de Granada. Había en Sorbas, Níjar, Andújar, Guadix, Cúllar, Alhama de Granada, Albuñol, Almuñécar, Coín, Estepona, entre otros muchos, pues casi todos los pueblos tenían pequeños talleres alfareros, pero la cerámica granadina competía con fuerza pues sus materiales eran mejores, se cocía a más temperatura, con estaño, y por esto era más resistente y fuerte.
Cualquier ajuar importante en los siglos XVII, XVIII y XIX (cuando un ajuar era significativo, hoy es algo anecdótico), tenía que llevar cerámica granadina. He recorrido muchos pueblos desde Mancha Real, Úbeda, Ronda, Vélez Málaga, Mojácar, Berja, Priego de Córdoba y un largo etcétera, y en todos he encontrado piezas de cerámica granadina. Por poner unos ejemplos solo, en Fondón, cerca de Laujar de Andarax, hay un pequeño museo con unas pocas piezas de cerámica granadina, pero buenísimas, y en la costa de Málaga también he encontrado piezas excelentes.
Es natural, pues al ser Granada entonces el centro de la Región, los malagueños, almerienses y jienenses venían aquí a estudiar, a visitas médicas o a resolver cuestiones administrativas y compraban piezas, porque eran necesarias para la vida doméstica, lo que popularmente se llamaba “platos de Graná”, aunque a mí me gusta más llamarla cerámica granadina.
La competencia podía ser Bailén, con sus lebrillos melados muy grandes, pero como estaban bañados en una “composición plumbífera”, al trabajar sobre ellos, pronto se les iba el esmalte, mientras que los platos, lebrillos, orzas o jarros de Granada, por mucho uso que se les diera, resistían muy bien el paso del tiempo.
¿Qué anécdota curiosa podría destacar de aquella etapa histórica?
Considero interesante la figura de los “cosarios”, comerciantes o tratantes que venían con sus carros, furgonetas o camiones desde Málaga, Almería y Jaén, o de los pueblos de la cornisa sur de la Subbética cordobesa, como Nicolás Jiménez “el Basto” (cosario de Priego de Córdoba), a comprar la cerámica granadina a las fábricas para después venderla en los mercadillos de sus tierras. Yo no lo conocí, como es lógico, pero sí viví los tiempos posteriores en que venían con sus camiones. En zonas diseminadas como Vélez Málaga incluso se hacía intercambio o trueque entre los “cosarios” que llevaban fuentes “semillanas” granadinas y las intercambiaban por pasas. No hace tanto, apenas unos setenta años, pero ya nos parecen tiempos lejanos.
¿Resulta significativo que la cerámica granadina aparezca regularmente formando parte de la decoración de viviendas en revistas internacionales como “Architectural Digest«?
A partir de finales de los noventa del siglo XX y comienzos de la década de 2000, la cerámica granadina comienza a buscarse y hay una subida de precios grandísima. Se revalorizó muchísimo y piezas como los lebrillos, tan vistosos y bonitos, fueron muy deseadas. Podemos hablar de un repunte de las piezas antiguas granadinas.
Es muy importante que aparezcan en las revistas de decoración o que las grandes marcas, como Loewe, decoren sus escaparates con ellas, lo que ha servido para valorarlas.
Hay una demanda importante de la cerámica granadina actual de los talleres que aún quedan y que debemos mencionar, Arrayanes, Blas Casares, Fundación Fajalauza, Cerámicas Encarnación y algunos más diseminados por Granada y alrededores, y que hacen una gran labor.
Lo que es triste y doloroso es que una producción cerámica tan especial y de una calidad excepcional, aún no cuente con un museo en la ciudad de Granada. O bien, una decidida apuesta política y económica de las administraciones estatal y regional por el Museo Arqueológico y Etnológico de Granada, para que sus importantes colecciones, entre las que destaca la de cerámica granadina, se expongan al gran público con la dignidad y prestancia que merecen.