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GUERRERAS: ESPAÑOLAS QUE EMPUÑARON LAS ARMAS. ENTREVISTA A CAROLINA MOLINA, ANA MORILLA Y MARÍA PILAR QUERALT DEL HIERRO

Las tres autoras tienen un marcado compromiso con la historia de las mujeres para hacer visible su papel a través de la literatura y la divulgación, siempre con el gran público como meta. Ahora lo hacen conjuntamente y con “Guerreras: españolas que empuñaron las armas” (Almuzara), un libro divulgativo y ameno de biografías de mujeres valientes desde la Antigüedad hasta la Guerra Civil, que en tiempos bizarros tuvieron que defenderse para sobrevivir. Las más conocidas quizá sean la Monja Alférez, María Pita o Agustina de Aragón, pero hubo muchas más, por ello hablamos con las tres escritoras.

CAROLINA MOLINA

Al lector de «Horizonte Garnata», una revista regionalista granadina, le va a interesar sin duda una figura como la de nuestra paisana María la Bailaora, la arcabucera de Lepanto. ¿Qué se sabe de ella?

De María la Bailaora se sabe poco, una frase que nos llega desde un soldado participante en la Batalla de Lepanto, Marco Antonio Arroyo, describe cómo una mujer se despoja de sus hábitos femeninos, toma un arcabuz y además se defiende a cuchilladas contra los turcos.

De María sabemos apenas esto, pero lo que debe importarnos no es su biografía, de la que suponemos que era granadina, quizás del Albayzín; lo que debe interesarnos es todo lo que nos propone su actitud y son estas dos preguntas: ¿qué hacía una mujer en un barco de guerra? y ¿Había más mujeres?

María la Bailaora suponemos que era granadina, quizás del Albayzín… se despoja de sus hábitos femeninos, toma un arcabuz y además se defiende a cuchilladas contra los turcos

Ahora sabemos que existían leyes que prohibían que las mujeres accedieran a los barcos, pero también sabemos que si existían leyes es porque en muchos momentos hubo una circunstancia que tenía que reglarse, que sería la de que la mujer accedía a los barcos y muy posiblemente causaban disputas entre sus tripulantes.

Por otro lado, las leyes no se respetaban nunca a pies juntillas, las leyes existían aunque se solían ignorar. Porque de no haber sido así ¿qué hacía María en ese barco? Y además sin vestirse de hombre, lo que quiere decir que la tripulación sabía que ella estaba ahí.

Catalina de Erauso conocida como la Monja Alférez, una de las mujeres soldado más célebres, atribuido a Juan van der Hamen, c. 1626

Otro dato interesante es ver que una vez hubo participado en la batalla y demostrado su valor, el propio Juan de Austria le permitió ocupar plaza entre los soldados, lo que demuestra que las mujeres valerosas eran recompensadas y aceptadas socialmente.

El trabajo vital de las aguadoras en la guerra es algo casi desconocido. ¿Podría hablarnos sobre Ignacia Martínez, cantinera de Baza?

El oficio de aguador o aguadora era imprescindible en las sociedades pasadas. Pensemos que el agua era necesaria para la subsistencia de cualquier ciudad y lo era más para los soldados que batallaban. Generalmente esta tarea se ofrecía a personas que no podían luchar: hombres mayores o con dificultades físicas, niños y mujeres.

Malasaña y su hija batiéndose contra los franceses el 2 de mayo de 1808, por Eugenio Álvarez Dumont, 1887, Museo del Prado

De todos ellos la mujer cumplía con varios requisitos que favorecían su trabajo auxiliar en plena guerra y era que además de proporcionar agua proporcionaban consuelo. A veces era enfermera y otras simplemente acompañaba a los jóvenes soldados que veían en ella a un familiar, eso no impedía que la aguadora llevase al hombro un fusil y si era necesario lo usara.

Sabemos de muchas aguadoras, las más conocidas quizás fueron María Bellido en la Batalla de Bailén e Ignacia Martínez en la Guerra de África de 1859.

Sabemos de ella, de Ignacia, a través del accitano Pedro Antonio de Alarcón por las crónicas que realiza tras su corresponsalía en la guerra, que dieron paso al “Diario de un testigo de la Guerra de África”. Seguramente de ahí tomará sus notas el mismo Benito Pérez Galdós para incluir a Ignacia en el Episodio Nacional “Aita Tettauen”.

Sabemos de ella, de Ignacia, a través del accitano Pedro Antonio de Alarcón

Ignacia llegó a ser muy conocida entre los soldados que preguntaban por ella, considerándola una auténtica matrona. Su imagen salió publicada en “El Mundo Militar” de 1860 con reproducción de una fotografía que le hicieron en el frente.

Por eso sabemos el uniforme que llevaban las aguadoras: una falda corta sobre unos pantalones y zapatos masculinos, gorro de paja, pendientes y claro está, su cantarillo en una mano y el fusil en la otra.

¿Qué llevó a una mujer del siglo XIX, Francisca de Burdeos, a luchar como varón en las guerras carlistas?

La vida de Francisca de Burdeos es totalmente novelesca. Se la conoció a través de la prensa del XIX por dos motivos: uno, que tras combatir en diferentes batallones solicitó una paga al incorporarse a la vida civil y se la concedieron, aunque no se conformó y siguió litigando.

El segundo motivo es el haber sido testigo de un asesinato en la calle de la Justa de Madrid y salió en los periódicos como testigo no fiable por ir vestida de hombre. Francisca ya había captado el interés de la prensa mucho antes, cuando un periodista dijo que la había visto luchar en una barricada de la Glorieta de Bilbao de Madrid.

Francisca de Burdeos, tras combatir en diferentes batallones solicitó una paga al incorporarse a la vida civil y se la concedieron

Ella misma contó en la prensa su historia, que se marchó de su casa por necesidad y tomó la identidad de su hermano Benito. Con ese nombre y otros hizo su vida militar y luego como muchacho hasta que encarcelada por una denuncia tuvo que reconocer su verdadero sexo. Ella nos dice que se vistió de hombre para conseguir un trabajo que le permitiera vivir mejor aunque no se descarta que su elección de cambiar de vida también fuera una forma de cambiar de sexo.

¿Qué importancia tiene a su juicio la labor de las corresponsales de guerra y las fotoperiodistas españolas, como Carmen de Burgos y Sabina Muchart que usted ha recogido en «Guerreras»?

Una gran importancia porque revolucionaron el concepto de periodismo, no solo por el uso de las nuevas técnicas que aportaron (en el caso de Muchart la fotografía) sino que dieron un punto de vista diferente al de los corresponsales hombres ofreciendo una parte de la guerra que se desconocía, que era la parte humana.

A Carmen de Burgos le prohibieron valorar el desarrollo político y militar, así que no tuvo más remedio que centrarse en la sociedad y en la vida que llevaban los soldados.

Carmen de Burgos, corresponsal en la Guerra de Melilla, 1909, foto de Goñi

Algo parecido le ocurrió a Consuelo González Ramos y Teresa de Escoriaza, que escribieron lo desarrollado en diferentes periodos de la contienda. Sus relatos y crónicas son un testimonio real de lo que allí sucedió. El caso de Sabina Muchart es también destacable porque desarrolló una larga actividad fotográfica con su familia firmando sus trabajos como S. Muchart y hasta hace muy poco no se sabía que la “S” se refiriera a una mujer.

ANA MORILLA

Usted dedica un capítulo a las “Guerreras de la península ibérica”, pero ¿qué sabemos de estas mujeres?

Poco y siempre por los historiadores romanos. Nuestros antepasados se encontraron bajo el “fuego cruzado” de Roma y Cartago durante la segunda guerra Púnica y durante la conquista romana. No hubo piedad para las mujeres al final de asedios y cercos, muchas fueron pasadas a cuchillo por enemigos o propios, otras se suicidaron y mataron a sus hijos para no caer en la esclavitud, lo más deshonroso para aquellos pueblos que consideraban la guerra sagrada y morir en el campo de batalla honorable.

Sabemos por la historiografía romana que en la defensa de sus poblados las mujeres de Hispania o Iberia participaron en labores auxiliares de guerra (como reconstruir las murallas y acarrear proyectiles), pero también algunas combatieron armadas al lado de los hombres, por ejemplo en el norte peninsular entre los pueblos brácaros y ártabros, donde ellas manejaban las armas igual que ellos, sin distinción de sexos.

las mujeres de Hispania o Iberia participaron en labores auxiliares de guerra (como reconstruir las murallas y acarrear proyectiles), pero también algunas combatieron armadas al lado de los hombres

Tenemos la idea de que el modelo de mujer musulmana de al-Ándalus estaba restringido al hogar y la familia, sin embargo existió una conocida guerrera en aquellos tiempos.

Efectivamente, está documentado que Yamila bint Abd al-Yabbar, una andalusí de Mérida y de origen beréber, en el siglo IX se enfrentó junto a su hermano, el rebelde Mahmud ibn Abd al-Yabbar, contra el emir de al-Ándalus, Abd al-Rahman II. Yamila abanderaba a un grupo de mujeres que tomaron las armas, se soltaron el cabello (es decir, fingieron ser hombres) y cabalgaron, teniendo en combate una actuación destacada.

Labra heráldica en Arintero, León, con la dama que según la leyenda combatió contra los portugueses en el bando de Isabel la Católica

Yamila se convirtió en protagonista de la poesía popular y hoy los historiadores piensan, debido a la repercusión de su figura, que su papel en la revuelta contra el emir tuvo que ser mayor que el simple hecho de participar en combate.

está documentado que Yamila bint Abd al-Yabbar, una andalusí de Mérida y de origen beréber, en el siglo IX se enfrentó junto a su hermano, contra el emir de al-Ándalus, Abd al-Rahman II

Ya que menciona usted casos documentados, recogidos por los historiadores, ¿qué hay de Ana María de Soto, la primera infante de Marina española?

Efectivamente, consta que en 1793 se alistó a los batallones de marina como soldado de guarnición una joven, Ana María de Soto, disfrazada de varón y bajo el nombre de Antonio. Es la primera infante de marina española documentada (posiblemente del mundo).

Su caso fue descubierto a final del siglo XIX y parece que no fue la única. Hablamos de un cuerpo de élite con duro entrenamiento, el más antiguo del mundo en activo e imitado en muchos aspectos por otros países.

Ana María de Soto participó en las guerras contra los franceses e ingleses de final del siglo XVIII donde luchó como varón.

Pero, después de servir más de cinco años, al caer enferma fue descubierta. Era considerada un soldado ejemplar y gozaba del respeto y admiración de compañeros y oficiales; se le concedió el grado y sueldo de sargento primero y una licencia para expendeduría de tabaco.

¿Qué le contaría usted a nuestros lectores sobre la participación femenina en la Nueva España?

Que la mujer más conocida de la expedición de Cortés fue María de Estrada, hermana de Francisco de Estrada y esposa de Pedro Sánchez Farfán, a quien Hernán Cortés llama “hermana”, y de la que sabe que tuvo un papel destacado en la Noche Triste, en 1520, durante la salida de Tenochtitlan y en la batalla de Otumba, luchando con espada y rodela y también a caballo con lanza.

Pero no fue la única. En las crónicas no suele mencionarse la participación femenina en los contingentes armados, pero se sabe por estas mismas crónicas que cuando llegaba el caso las mujeres luchaban como uno más, además de realizar de manera habitual labores auxiliares de avituallamiento, guardias nocturnas, cuidado y ensillado de caballos, tener las armas listas, etc.

Se conocen otras mujeres del grupo de Cortés, al menos cuatro llamadas Beatriz: la Parda, la Bermuda, Hérnandez y González; dos Juanas: Martín y Valiente; dos Marías: de Vera y Hernández; las hermanas Ordaz, etc…

María de Estrada cabalgando junto a Cortés en el Lienzo de Tlaxcala, copia del s. XVIII

la mujer más conocida de la expedición de Cortés fue María de Estrada, que tuvo un papel destacado en la Noche Triste, en 1520, durante la salida de Tenochtitlan y en la batalla de Otumba, luchando con espada y rodela y también a caballo con lanza

PILAR QUERALT DEL HIERRO

Usted indica en «Guerreras» que durante la Reconquista algunas mujeres se erigieron en defensoras de una plaza. ¿Podría recordarnos a alguna de estas protagonistas femeninas?

Lo cierto es que los relatos que reflejan la defensa de plazas concretas por parte de mujeres durante la Reconquista están siempre contaminados por la leyenda. Pero, ciertamente, hay narraciones bien documentadas.

Así, por ejemplo, las integrantes de la Orden del Hacha asumieron la defensa de Tortosa o Ximena Blázquez dirigió la resistencia de Ávila ante el asedio musulmán.

Cuando Pedro de Valdivia fue comisionado para dirigir la expedición de Chile, Inés Suárez le acompañó en calidad de «sirvienta», pero ¿hasta dónde llegó realmente su participación en la empresa?

En un principio, Inés Suárez solo desempeñó papeles auxiliares en la conquista de Chile: enfermera, costurera, cocinera, etc…

Mural de la defensa de Ávila por Ximena Blázquez en la plaza de España en Sevilla..

Sin embargo, cuando Valdivia marchó de Santiago a fin de explorar nuevos territorios, Inés Suárez se vio obligada a comandar la defensa de la fortificación española contra los ataques de grupos de nativos rebeldes. Su actuación fue tan firme y decisiva que bien puede decirse que asentó definitivamente la plaza.

Inés Suárez se vio obligada a comandar la defensa de la fortificación española contra los ataques de grupos de nativos rebeldes. Su actuación fue tan firme y decisiva que bien puede decirse que asentó definitivamente la plaza

El papel de las mujeres en la Guerra de Independencia fue intenso, de forma que asombró a patriotas y afrancesados. ¿Es cierto que aparece en este momento el primer batallón femenino de España?

Sí, se trata de la Compañía de Santa Bárbara, el primer batallón femenino español, que, bajo las órdenes del general Álvarez de Castro, asumió valientemente la defensa de Gerona durante los asedios franceses.

Goya, Qué valor, aguafuerte inspirado en Agustina de Aragón defensora de Zaragoza durante la invasión francesa, 1810-1814, Museo del Prado
Y son fieras, c. 1810-1814, aguafuerte de Goya inspirado en la participación femenina en la guerra de Independencia, Museo del Prado
Miliciana republicana en 1936, foto de Gerda Taro

También durante la Guerra Civil numerosas mujeres se alistaron y se crearon algunos batallones femeninos. ¿Cómo fue a su juicio nuestro papel en esta contienda?

Fue secundario, pero no por ello menos importante. En algunos casos el papel de las milicianas resultó definitivo para el bando republicano. En el bando de los sublevados, la mujer no tomó parte activa en la batalla, sino que se limitó a ejercer desde la retaguardia como enfermera o asistente social mediante el llamado Auxilio Social, que velaba por viudas y huérfanos de guerra.

Portada de Guerreras, Almuzara, 2025.

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