LA CUESTIÓN DE LA ORGANIZACIÓN TERRITORIAL DE ESPAÑA ES MUY ANTIGUA. ES UNA EMPRESA RECURRENTE QUE NUNCA PARECE SOLUCIONARSE DE MODO DEFINITIVO. DE UN MODO U OTRO ES LA PIEDRA DE TOQUE DEL ESTADO MODERNO. DESDE LA ALTA EDAD MEDIA HASTA NUESTROS DÍAS EL TERRITORIO GRANADINO HA ESTADO PRESENTE EN NUESTRA HISTORIA.
CÉSAR GIRÓN
De GH
La comprensión de la geohistoria de nuestro país exige remontarse hasta la época prerromana y la extensión del análisis hasta el advenimiento del actual estado de las autonomías. Las razones que explican su perseverancia de la estructura territorial como problema histórico son diversas. Unas son ancestrales, derivadas de las peculiaridades de nuestro país; otras próximas, surgidas en el siglo XIX; y algunas muy recientes, principalmente derivadas de la Constitución de 1978 y su desarrollo.
Las primeras divisiones
No se conoce la existencia de ninguna división del territorio en la época prerromana cuando la península estaba habitada por íberos y pueblos indoeuropeos de etnogenia desconocida como celtíberos, cántabros, várdulos, caristios, berones, pelendones, vascones, autrigones o turmogos. Será tras la invasión de Roma cuando se realice una primera organización en dos provincias (ulterior y citerior), con límites poco precisos dado que solo el litoral era la zona dominada.
Se trató de una clasificación muy rudimentaria que estuvo vigente entre el 197 a.c. y el 27 a.c. A partir de este momento la organización política de Hispania evolucionó, primero durante el Alto Imperio Romano con una nueva clasificación en tres provincias, Tarraconensis, Baetica y Lusitania, que a su vez se dividían en conventos jurídicos. En tiempos de Diocleciano, en el 298, se creó la Diócesis Hispaniarum, que estructuró el territorio en seis provincias (Tarraconensis, Carthaginensis, Baetica, Lusitania, Gallaecia y Balearica, ésta última incluida a final del siglo III); O siete, si se incluye la Mauretania Tingitana, que se extendió por el norte de África.
en la época prerromana cuando la península estaba habitada por íberos y pueblos indoeuropeos de etnogenia desconocida
La edad media
Con la caída del imperio romano la península fue ocupada en su mayor parte por pueblos bárbaros procedentes de la Galia. Sin embargo, los visigodos no pudieron mantener la división o clasificación romana más que nada por el proceso de ruralización que provocó la ocupación de determinadas partes del actual territorio nacional.
Tras su vertiginosa expansión, a partir de 711 y hasta 1492, los musulmanes administraron el territorio peninsular dividiéndolo en Coras, que estaban vinculadas siempre a un núcleo de población o ciudad importante. Éstas, en la medida en que el poder del califato fue decayendo, se fueron independizando, surgiendo distintos emiratos, a modo de pequeños estados, cada uno con su propio rey o emir, que conformaron los conocidos reinos de taifas.
Los reinos cristianos
Con el avance de la reconquista fueron creándose distintos reinos cristianos. La génesis de éstos se encuentra en el Reino de Asturias, que fue la primera entidad política cristiana establecida en la península ibérica después del colapso del reino visigodo de Toledo. Se extendió entre 718, fecha en la que al parecer fue elegido Don Pelayo como princeps de los rebeldes, y el año 925, cuando Fruela II sucede a su hermano Ordoño II y une sus territorios al reino de León. El Regnum Asturorum es considerado por la historiografía tradicional el precedente histórico de la Corona de Castilla y del Reino de Portugal y germen de España.
Con el avance del tiempo en el siglo XII los reinos cristianos peninsulares ya eran cuatro —si se incluye el territorio luso y a León en Castilla, reino al que se incorporaría definitivamente en 1230—: Portugal, Castilla, Navarra y Aragón, los cuales, con los Reyes Católicos mantuvieron sus divisiones administrativas particulares. A ellos, con su personalidad diferenciada, por su notabilísima relevancia universal al ser el último territorio de occidente reconquistado al Islam, integrado como vasallo en Castilla, se sumaría a final del siglo XV, el Reino de Granada, que acabaría convirtiéndose por decisión de los Reyes Católicos y de su nieto Carlos I, en la clave de bóveda del vasto imperio español.
El reino «cristiano» de Granada como territorio que formó pate de la división política y administrativa peninsular de la época moderna hasta 1833 como uno de los reinos en los que se dividía el territorio nacional, tiene su origen en la taifa andalusí de Ilvira
El Reino de Granada
El origen del reino “cristiano” de Granada como territorio que formó parte de la división política y administrativa peninsular de la época moderna hasta 1833 como uno de los reinos en los que se dividía el territorio nacional -León se integró a Castilla definitivamente en 1230-, tiene su origen en la taifa andalusí de Ilvira -de Granada-. El reino de Granada fue dominado por la dinastía zirí desde 1013 hasta 1090, y tras la época almorávide y almohade, por la nazarí entre 1238 y 1492.
Su territorio se extendió poco más o menos al de las actuales provincias de Almería, Granada, Málaga y parte de las de Cádiz y Jaén. Sus fronteras como reino vasallo de Castilla quedaron fijadas en el tratado de Jaén, de 1246, celebrado entre Fernando III el Santo y Muhammad I -Alhamar de Arjona-. Sus límites permanecieron prácticamente invariables en los dos siglos y medio siguientes hasta la conquista de Granada por los Reyes Católicos, con las únicas alteraciones provocadas por la toma de Alcaudete y de Alcalá la Real, de Huelma, en 1348, y finalmente de Huéscar y sus tierras, mucho después, en 1434.
Fue Granada reino muy singular y diferenciado por el devenir de la historia y las capitulaciones para su rendición concluidas, en el Real de Santafé, en 1491. Durante el siglo XVI y hasta el establecimiento del sistema de intendencias, Granada como territorio integrado en la Corona de Castilla, fue una de las 18 ciudades con derecho de voto en las Cortes.
Granada y la dinastía borbónica
El triunfo del pretendiente Borbón determinó que en 1720, sobre la base de la organización provincial precedente, Felipe V instituyera las intendencias, que no coincidían exactamente en algunos casos con los actuales límites provinciales. Fueron un total de 20 las creadas, entre ellas la de Granada, que vino a copar el territorio de su definido reino. Fernando VI volvió a reordenarlas durante su reinado haciéndolas coincidir con las provincias de los Austrias y los antiguos reinos españoles.
Posteriormente, reinando Carlos III, el conde de Floridablanca, en 1785, promovió la realización del interesantísimo “Prontuario o Nomenclator de los Pueblos de España”, mandando elaborar también distintos mapas para facilitar el control del reino, en todos órdenes. En él, el reino de Granada aparece con la definición exacta y más conocida por la contemporaneidad.
Dejando de un lado el tortuoso cuadro que durante el Antiguo Régimen (siglos XV -XVIII) presentaban las jurisdicciones locales, la conclusión en el plano de la organización geohistórica de nuestro país, es que al final, cuando el advenimiento del Nuevo Régimen, presenta un panorama obsoleto y anacrónico en que los viejos territorios estaban organizados en reinos, en las que se distribuían jurisdicciones realengas, abadengas y de señorío secular, resultado de circunstancias históricas acumuladas durante el paso de los siglos, que desvelaban la confrontación entre la racionalidad y la eficacia administrativa.
Entre dos momentos
Con este panorama, en los primeros tiempos del siglo XIX, España asistirá a una tensa lucha entre el Antiguo Régimen y el Estado Liberal, ambos con conceptos antagónicos de gobierno. El Viejo Estado anclado en el pasado y en un sistema de jurisdicciones obsoleto para la satisfacción de los fines que demandaban los súbditos, y el Estado Liberal, necesitado de una nueva ordenación del territorio que le habría de permitir la gobernanza del país de manera eficaz, que tratará de romper con el pasado organizativo de nuestro país.
Por el momento, y hasta la imposición de su sistema de organización territorial por el motrileño Javier de Burgos, basado en los trabajos sobre las prefecturas, provincias y regiones desarrollados durante la época napoleónica, las Cortes de Cádiz y el Trienio liberal, Granada siguió siendo lo que siempre había sido, un reino y un territorio sin el que no podría comprenderse la historia de España.