NO EXISTE UN ESPACIO MÁS GANIVETIANO EN NUESTRA CIUDAD QUE LA FUENTE DEL AVELLANO Y EL OTRORA BUCÓLICO PARAJE QUE LA RODEA. EN ÉL EL PENSAMIENTO Y LAS MANIFESTACIONES CREATIVAS DEL PENSADOR GRANADINO FLUYERON ENTRE SUS AMIGOS.
Redacción HG
Las tertulias en Granada fueron muchas y famosas, pero si entre ellas hay alguna que deba ocupar un lugar señalado por su posterior repercusión, esa es la tertulia literaria creada y dirigida por Ángel Ganivet entorno al agua de la fuente del Avellano: La Cofradía del Avellano. Un espacio que Chateaubriand llegó a comparar con La Vaucluse…
Ciudad cerrada
El último cuarto del siglo XIX transcurría en una ciudad como Granada, provinciana y cerrada, con pocos sobresaltos que no fueran los producidos por los sucesos más calamitosos de la vida cotidiana de la localidad y todo lo más, por las noticias que llegaban de las revueltas de Cuba y Filipinas. Quizá fuera por este sosiego de vida por lo que muchas de las inquietudes intelectuales del momento se exponían a debate en el seno de tertulias más o menos estables, lo que sin duda las convirtió en auténticos crisoles de Cultura.
La tertulia
Desde que en junio de 1892 Ángel Ganivet fuera nombrado vicecónsul de España en Amberes, tan sólo en tres ocasiones volvió a Granada, en la Navidad de 1894, en el verano de 1895 con ocasión de la muerte de su madre y algo más tardíamente durante el verano de 1897, en el que pasará en la ciudad un largo período de dos meses.
Sin perjuicio de que algunos han señalado que podría hablarse de un origen anterior, lo cierto es que fue en el estío de 1897 cuando verdaderamente cristaliza la Cofradía del Avellano, que fue el nombre que el propio Ganivet le confirió.
Evocador espacio
Es este el momento en que se asientan las reuniones de los amigos de Ganivet en el bello paraje del Valparaíso, predilecto por el filósofo y creador granadino, para pasar sus momentos de ocio cuando estaba en Granada.
lo cierto es que fue en el estío de 1897 cuando verdaderamente cristaliza la Cofradía del Avellano
No en balde el lugar evocaba en su espíritu ensoñaciones poéticas que él contaría en varios de sus escritos de una manera bellísima:
“Siempre que voy a Granada subo un día y otro por aquellas cuestas, y cuando voy solo, siento que me atrae una sombra de mujer, que vaga por aquellos parajes llorando por los amores que se quedan en el limbo”.
Allí nacerían o se concebirían de un modo u otro sus Cartas finlandesas o su Granada la Bella