DUDAS SOBRE LA MUERTE DE GANIVET

Ana Morilla

Fijar la mirada en Ganivet puede convertirse en una adicción para los apasionados de la tríada divina –literatura, historia y Granada–. Une a las maravillosas contradicciones de su época, el fin de siglo, una trágica muerte en plena juventud, treinta y tres años, rodeada de misterio como en un nordic noir. Género este protagonizado por personajes con heridas emocionales y problemas psicológicos, solitarios y poco adaptados socialmente, que se ambienta en los grises e invernales espacios del norte de Europa: parece creado para retratar los últimos días de Ángel Ganivet.

Su Epistolario es la principal fuente para la vida del diplomático granadino. Este es uno de los más copiosos de su época, conservado gracias a sus destinatarios (familiares y amigos). Ganivet, sin embargo, se deshacía de las cartas. Gran parte de estas, que hoy serían muy esclarecedoras –las escritas a Amelia Roldán por ejemplo–, fueron destruidas. Otras han sido censuradas o excluidas de las ediciones de su epistolario por diversos motivos.

No son pocos los datos biográficos de nuestro paisano que se han tomado de sus obras literarias, consideradas máscaras que esconden sus deseos, sus frustraciones, su filosofía vital y también sus gustos estéticos. La mayoría de biografías han asumido como real la autoficción, especialmente del ciclo de Pío Cid, al que pertenecen las novelas La conquista del reino de Maya por el último conquistador español Pío Cid (1897) y Los trabajos del infatigable creador Pío Cid (1898), escritas durante sus estancias en Amberes y Helsinki respectivamente. Y que se completa con otro personaje, el oscuro Pedro Mártir de El escultor de su alma (drama estrenado en 1899 en el teatro Isabel la Católica de Granada, si bien escrito entre 1897 y 1898).

Por otro lado, numerosos son los estudios, libros y artículos dedicados a su vida, obra y pensamiento desde cualquier punto de vista (psicológico, antropológico, sociológico), pero solo hasta su etapa finlandesa. La estancia en Riga y su desenlace trágico son casi desconocidos, probablemente por la ausencia de documentos policiales, médicos y diplomáticos al respecto. Una parte importante se ha basado en los datos ofrecidos por familia y amigos, distorsionados en ocasiones por la lejanía y especialmente por la visión finisecular de la femme fatale. Desde este punto de vista, la relación de Ángel Ganivet con Amelia Roldán sería la causa de su suicidio, como sucedió con Larra y Dolores Armijo.

Las fuentes documentales diplomáticas, con ser las más importantes para saber en qué trabajaba Ganivet los días previos a su muerte, han sido las menos investigadas y quizá podrían esclarecer si no las causas, sí otros hechos. Sabemos por ejemplo que en el consulado de Amberes presenció los negocios corruptos del canciller, el segundo al mando en la embajada, que vendía visados de entrada a quienes necesitaban saltarse la cuarentena por motivo de la epidemia de cólera de entonces. Por otro lado, el cónsul prohibió a Ganivet indagar en un cargamento de armas con destino al ejército español en Melilla que el granadino había detectado. Por su parte, Ganivet se había manifestado contrario a la millonaria empresa colonial belga –para beneficio personal del degenerado rey Leopoldo–. Ya en Helsinki, como cónsul de segunda clase, Ganivet envió un informe al Ministerio sobre las posibilidades de establecer relaciones económicas con Rusia. Asunto este interesante.

Por otro lado, no debemos ignorar que las legaciones diplomáticas completaban la información de los servicios de espionaje. Si bien la debilidad de España en cuestiones informativas internacionales es patente ya desde el XVIII, a finales del XIX se vio totalmente superada en medios por las naciones amigas y enemigas, que habían iniciado la carrera hacia los modernos servicios secretos. No sería Ganivet lo que hoy llamamos agente de campo, tarea que realizarían en las legaciones, de ser estas necesarias, los agregados militares, pero sí que podría haber realizado en ocasiones funciones de lo que conocemos hoy como analista de inteligencia. Seamos lógicos, si detectó la existencia de un cargamento secreto de armas, pasar el rato no es lo que hacía en su trabajo.

Además, dice Ganivet en sus últimos días dos cosas significativas. La primera es que lo persiguen o acosan espías extranjeros –bien rusos, bien británicos, según a quien se lea–, asunto que queda difuminado bajo el diagnóstico de manía persecutoria del doctor Ottomar von Haken, que aparece milagrosamente veintidós años después para informar de que padecía parálisis general progresiva –enfermedad producto de la sífilis, que cursaba con demencia–. Y la segunda cosa que dice Ganivet, más interesante aún, se muestra preocupado porque estaba involucrado en algo perjudicial, algo que incluso puede llevarlo a la cárcel. ¿Se deben dichas palabras a una enfermedad mental o algo sucedía?

Hay que pensar también en otro aspecto: aquella España desfasada y anquilosada en cuanto al espionaje internacional estaba en guerra con un Estados Unidos expansionista. La paz con este se negoció entre agosto y diciembre de 1898 y Ganivet muere en noviembre de ese año.

En estas circunstancias cabe preguntarse, ¿jugaron algún papel los servicios secretos extranjeros en la muerte del cónsul español?

Recordemos también la compleja situación de Letonia y el interés comercial de Riga, que por entonces pertenecía a Rusia, pero que había sido previamente sueca, además de existir allí grandes intereses alemanes. También polacos. Problemática, la de la soberanía del territorio, que se extenderá a las dos guerras mundiales.

Ganivet se había marchado previamente de Helsinki, rusa entonces, porque allí «no había nada que hacer» –según dijo él mismo–, es más, a él se debe el cierre de la legación española. Desde Helsinki no se podía trabajar en aquello que la España del 98 necesitara. En cambio, parece que en Letonia sí podría cumplir con las expectativas que se tuvieran por entonces. Si bien manifestó su deseo de marcharse.

Las autoridades españolas pidieron explicaciones sobre su muerte, pero pronto todo se acalla. Hay distintas versiones de su suicidio. Por otro lado, en los años veinte, cuando se repatria su cadáver, no existían ya informes letones del asunto. Los que no fueron destruídos durante la primera guerra mundial, se dice que terminaron en manos rusas.

No negamos que la compleja relación personal con la madre de su hijo, Amelia Roldán, o la sífilis –si es que la padecía, que el diagnóstico también ha sido puesto en duda–, pudiera enturbiar sus últimos días, pero no deja de ser un misterio sin resolver. Y más sin autopsia, sin informes toxicológicos –sabemos cómo actúan y han actuado desde siempre algunos servicios secretos extranjeros, por lo que no hay que descartar el uso de tóxicos–. Cuando sus restos llegan a España en 1925 tampoco se le realiza autopsia, solo un reconocimiento visual para confirmar que el cuerpo es el suyo.

Novelesco también resulta cómo aparece en escena el doctor Ottomar von Haken, que supuestamente tratara a Ganivet en sus últimos días (según se dice, a petición del cónsul alemán von Burk). El doctor von Haken contacta con el periodista Enrique Domínguez Rodiño –el mismo que encontrara la abandonada tumba de Ganivet en 1920 en un cementerio de Riga– después de que este pusiera un anuncio en un periódico letón para encontrar a alguien que pudiera darle razón de la muerte del diplomático español veintidós años atrás. Ahí es nada.

Este doctor indica al periodista, en la entrevista que mantiene con él –recordemos, veintidós años han pasado–, que padecía Ganivet parálisis general progresiva, incurable. Se sospechaba por entonces de la influencia de la sífilis en esta enfermedad, aunque hasta 1906 no se introduce la reacción serológica para detectar anticuerpos sifilíticos y hasta 1913 no se demuestra la relación entre sífilis y parálisis progresiva. Von Haken indica al periodista que recetó al granadino calmantes. Y en caso de haberlos tomado Ganivet, qué influencia tuvieron en su estado anímico. Recordemos que aún se discute sobre la tendencia suicida provocada por algunos fármacos. Hoy siguen abiertos muchos interrogantes.

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Ana Morilla Palacios

Doctora por la UGR con el programa Teoría de la Literatura y del Arte y Literatura Comparada. Profesora, editora y escritora.

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