Juan J. Alonso
Biólogo
Hace más de cien años que Francisco de Icaza, ilustre poeta mexicano, popularizaba esta frase que pronunció tras su primera visita a Granada: “No hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”
Desde hace demasiado la forma brutal de abordar la poda de esos árboles que hacen más habitable nuestra ciudad, que depuran su aire, que sirven de refugio a animalicos y que nos regalan su sombra y hasta aromas, que son compañeros de nuestros paseos, por esas agresivas acometidas del hacha y la tijera bien podrían ocupar el lugar de los ciegos.
Las graves mutilaciones, absurdas e injustificadas, que sufren muchos ejemplares los debilitan de tal suerte que son muchos los que sufren decaimiento y finalmente la muerte víctimas de ataques de distintos parásitos y del fuerte estrés al que son sometidos y que les impide recuperar su estado vegetativo adecuado para su desarrollo normal.
Estas prácticas no sólo comprometen fisiológicamente a los árboles sino que producen un franco deterioro estético añadido con desfiguraciones inaceptables que además incrementan su fragilidad con el riesgo que ello supone.
Otro capítulo es la pérdida de su función para la nidificación de esas aves cada vez más escasas y que otrora poblaban nuestra ciudad.
En definitiva, los árboles de Granada sufren en otoño un «ciclo de terror» a la altura del de Sitges, pero perfectamente evitable.